Capítulo II LOS ANTEPASADOS DE JOSÉ

Treinta  dias  con  el  silencioso jose

Un hombre llamado José, 
de la casa de David”
(Lc 1, 27)



Cuando, antes de que naciese Jesús, el ángel del Señor se apareció en sueños a José, le llamó por su título de nobleza: José, hijo de David.
Dos evangelistas, San Mateo y San Lucas, nos dan la genealogía que establece que José procedía de la casa real de David. No tiene nada de extraño que los evangelistas se basaran en documentos ciertos para establecer su descendencia, ya que entre los hebreos se consideraba como un deber el conservar la lista de los antepasados.

Es sabido que había en el Templo una comisión permanente encargada de examinar y de rectificar los árboles genealógicos de sacerdotes y levitas. Era obligatorio, además, presentar pruebas de pertenencia a tal o cual familia si se quería recuperar los bienes patrimoniales en la época del jubileo, y si se pertenecía a la casa de David, de la cual había de nacer el Mesías, esa obligación era más estricta todavía. Es natural, pues, que José y María se hubiesen preocupado, tanto o más que otros, de conservar cuidadosamente sus tablas genealógicas para probar que Jesús era, en efecto, un descendiente directo de David.

Que el Mesías debía nacer en la casa y familia de David era algo tan claramente expresado en las profecías, que nadie dudaba de ello. ¿De quién ha de ser hijo el Mesías?, preguntará un día Jesús a los fariseos. ¡De David!, contestarán todos al unísono. Y, de hecho, será con ese título como muchos se dirigirán a él: ¡Jesús, hijo de David!

En unas enumeraciones que se diría tomadas de las actas notariales, San Mateo y San Lucas nos dicen quiénes fueron, a través de José, los antepasados de Jesús. Lucas, al parecer, utilizó los archivos familiares guardados en Nazaret, mientras que Mateo debió de tener a su alcance documentos oficiales conservados en Belén. Por otra parte, así como Mateo coloca su genealogía al comienzo de su Evangelio, mostrando cómo Jesús desciende de Abraham, Lucas pone la suya tras el bautismo del Señor y adoptando un sistema ascendente, se remonta hasta Adán, padre del género humano.

Es evidente que una y otra genealogía difieren notablemente; sólo dos nombres aparecen tanto en una como en otra: los de Salatiel y Zorobabel. Desde tiempos remotos, los cristianos se han preguntado el por qué de esas divergencias'. Según San jerónimo, juliano el Apóstata negaba la verdad de los relatos evangélicos basándose en ellas. Por eso, desde esa época, e incluso antes, se trató de resolver tal dificultad.

Se han formulado muy diversas hipótesis. Desde el siglo III, se viene invocando la doble filiación usada por los hebreos, natural y legal. 
Según la llamada "ley del levirato", si un hombre casado moría sin dejar hijos, su pariente más próximo debía casarse con la viuda, y los niños nacidos de ese matrimonio llevar el nombre del difunto. Eso explicaría, por ejemplo, que las dos genealogías difieran en el nombre del padre de José, Helí según Lucas y Jacob según Mateo, pues se supone que había nacido de un matrimonio levirático; tras un segundo casamiento de su madre, José habría tenido como padre natural a Helí, quedando como padre legal Jacob, el esposo difunto. Esta hipótesis pareció a muchos tan seria que fue adoptada por la mayor parte de los Padres de la Iglesia.

Otra hipótesis, bastante más tardía, dice que San Lucas nos habría transmitido la genealogía de María y San Mateo la de José, pero tal explicación sólo es convincente en apariencia, pues se basa en un texto evangélico que no parece autorizarla.

Una tercera, solución, más simple, se presenta como mucho más probable. Como los orientales no tenían una concepción tan estrecha de las genealogías como nosotros, que sólo tenemos en cuenta los ascendientes directos, incluían también a los parientes colaterales, lo que dejaba una cierta libertad para componer el árbol genealógico. Al remontarse a los orígenes, además de saltarse varias generaciones, se permitían una serie de bifurcaciones a derecha e izquierda, escogiendo los nombres de quienes les parecían más ilustres o más santos, de esta forma podían establecer varias genealogías en apariencia discordantes.

Cuando San Lucas transcribió la lista genealógica que le suministraron, no podía ignorar la de San Mateo, y aunque debió constatar sus aparentes divergencias, no se inquietó por ello, sabiendo bien lo que pasaba en aquellos tiempos con los árboles genealógicos. Se habría extrañado mucho si alguien le hubiese dicho que, con el paso de¡ tiempo, esas divergencias iban a constituir una piedra de escándalo para algunos...

Sea como sea, una y otra lista muestran que José era el último eslabón de la cadena antes del nacimiento de Jesús.

¿Resulta acaso sorprendente que se nos haya transmitido la genealogía de Jesucristo a través de José y no de María, teniendo en cuenta que José no tuvo nada que ver en su nacimiento? La respuesta es que, aparte de que no era costumbre entre los hebreos establecer la genealogía de las mujeres, los evangelistas, al darnos la de José, establecen también la de María, ya que, probablemente, su linaje era el mismo, dado su parentesco.

Con todo, los evangelistas no se preocupan de eso. Aunque afirman claramente la virginidad de María, es normal que, en virtud de las ideas de la época, sólo se refieran al origen oficial de Jesús, a su descendencia de David por José. En él, y sólo en él, ven la auténtica genealogía legal de Cristo. Jesús había sido concebido y engendrado por María en tanto en cuanto era esposa de José, el cual era de la Casa de David, y eso les basta para que Jesús pueda llamarse hijo de David. Se cuidan, eso sí, de precisar además que, como María concibió a su hijo siendo virgen, José se limita a recoger el fruto de esa fecundidad virginal.

«Si se pudiera demostrar —dice San Agustín— que María no descendía de David, bastaría con que el padre legal de Cristo sí descendiera para que Cristo fuese legítimamente hijo de David» (De cons. Evang. II, 1, 2). Y el mismo San Agustín escribe: "No temamos trazar la genealogía de Jesús por la línea que desemboca en José, pues si es esposo-virgen también es padre virginal. No temamos colocar al marido por delante de la esposa, según el orden de la naturaleza y ¡a ley de Dios. Si separásemos a José para mencionar sólo a María, nos diría con razón: "¿Por qué me apartáis de mi esposa?". “¿Por qué no queréis que la genealogía de Jesús desemboque en mí?".

Porque tú no has engendrado por obra de la carne", le diríamos. Y él respondería: "¿Acaso María ha engendrado por obra de la carne? Lo que es obra del Espíritu Santo se ha obrado para los dos".

Cuando consideramos las cuarenta generaciones enumeradas en la genealogía de José, constatamos que cubren dos mil años de historia. Se ha dicho que todo lo que hay de gloria, de virtud, de fe y de piedad en el pueblo de Israel viene a concentrarse en Cristo, heredero de las promesas divinas, pero sería más exacto decir que si los antepasados de José llevan en efecto el sello de una elección divina, siguen no obstante siendo plenamente humanos. No todo fue glorioso en esa ascendencia patricia.

Hay reyes y pastores, guerreros y poetas, constructores y nómadas. Hay nombres ilustres y nombres oscuros. Hay santos, pero hay también pecadores, como esas cuatro mujeres de las que tres no eran ciertamente irreprochables. Y es que era preciso atestiguar que Jesús, quien se llamaría a sí mismo "hijo del hombre" y que venía a expiar los pecados de los hombres, empezando por los de su pueblo, pertenecía realmente a la raza humana, cuya herencia asumía; que ocupaba su puesto en la humanidad. 
Si el nombre de tres mujeres pecadoras se intercala en la genealogía no es tan sólo, como se suele decir, para poner más de relieve, por contraste, la pureza y la santidad de Aquella cuyo nombre purísimo estalla al final como radiante aurora: María, de quien nació Jesús; es también para dar a entender, desde la primera página del Evangelio, que Jesús vino a salvar a todos, hombres y mujeres, judíos y gentiles, justos y pecadores.

Así, pues, José, al final de la genealogía, es como la llave que cierra el Antiguo Testamento y abre el Nuevo. Pertenece a la vez a ambos: es el último de los Patriarcas del Antiguo y el primero de los santos del Nuevo. Por otra parte, Dios, al venir a este mundo, escogió como padre un heredero de diecinueve reyes, para que éstos aprendieran que son depositarios de una gran responsabilidad. 

Pero este descendiente de reyes que nunca pensó en hacer gala de su noble origen, vivió en la pobreza para dar a entender al mundo que en el reino de los cielos la pobreza es la primera de las noblezas, y que se convierte, cuando se la acepta sin reticencias, en medio seguro de participar de las riquezas divinas.