3.2. La paternidad de José



 En san Josemaría, no existe vacilación alguna en cómo expresar la paternidad de san José. Desde los primeros escritos hasta el final, le llama padre de Jesús sin más matizaciones. Puede decirse que su pensamiento con respecto a la teología de san José se inscribe en las coordenadas de dos Padres: san Juan Crisóstomo y san Agustín. 
De san Juan Crisóstomo cita un texto que pone en boca de Dios estas palabras: «No pienses que, por ser la concepción de Cristo obra del Espíritu Santo, eres tú ajeno al servicio de esta divina economía. Porque, si es cierto que ninguna parte tienes en la generación y la Virgen permanece intacta; sin embargo, todo lo que dice relación con la paternidad sin atentar a la dignidad de la virginidad, todo eso te lo entrego a ti, tal como imponer nombre al hijo»[29]. De san Agustín, san Josemaría cita, como se ha visto, el Sermón 51[30].

El ejercicio de la paternidad sobre Jesús constituye parte esencial de una «misión» que llena toda la vida de José: Tiene una misión divina: vive con el alma entregada, se dedica por entero a las cosas de Jesucristo, santificando la vida ordinaria[31]. Aquí radica uno de los principales atractivos que ejerce el santo Patriarca sobre san Josemaría: su total entrega a Jesucristo santificando la vida ordinaria, es decir, en el ejercicio de los quehaceres propios de su oficio y como un buen padre de una familia judía de su época.

San Josemaría ofrece en Es Cristo que pasa una larga descripción de la relación paterno-filial que tiene lugar entre san José y nuestro Señor. Es una página hermosa, sobria y piadosa, en la que se presta atención a los detalles: Para san José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación
Recordábamos antes aquellos primeros años llenos de circunstancias en aparente contraste: glorificación y huida, majestuosidad de los Magos y pobreza del portal, canto de los ángeles y silencio de los hombres. 
Cuando llega el momento de presentar al Niño en el Templo, José, que lleva la ofrenda modesta de un par de tórtolas, ve cómo Simeón y Ana proclaman que Jesús es el Mesías. Su padre y su madre escuchaban con admiración (Lc 2, 33), dice San Lucas. 
Más tarde, cuando el Niño se queda en el Templo sin que María y José lo sepan, al encontrarlo de nuevo después de tres días de búsqueda, el mismo evangelista narra que se maravillaron (Lc 2, 48). 

José se sorprende, José se admira. Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos (…) San José, como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos[32].

He aquí la vida interior de san José descrita como una auténtica peregrinación en la fe, en cierto sentido, muy parecida a la de santa María. Ambos, María y José, van descubriendo la voluntad de Dios poco a poco, y van haciendo realidad su primera entrega en una fidelidad con la que se confortan mutuamente. 

Al mismo tiempo, en ejercicio de su paternidad, José transmite a Jesús su oficio de artesano, su modo de trabajar, incluso en tantas cosas su visión del mundo: Pero si José ha aprendido de Jesús a vivir de un modo divino, me atrevería a decir que, en lo humano, ha enseñado muchas cosas al Hijo de Dios (…) 

José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, le trató dándole todo lo mejor que tenía. José, cuidando de aquel Niño, como le había sido ordenado, hizo de Jesús un artesano: le transmitió su oficio. Por eso los vecinos de Nazaret hablarán de Jesús, llamándole indistintamente faber y fabri filius (Mc 6, 3; Mt 13, 55): artesano e hijo del artesano. Jesús trabajó en el taller de José y junto a José.

 ¿Cómo sería José, cómo habría obrado en él la gracia, para ser capaz de llevar a cabo la tarea de sacar adelante en lo humano al Hijo de Dios? Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar. En el realismo de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta, tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José[33].

He aquí la paradoja, y san Josemaría es bien consciente de ella: aquel que es la Sabiduría «aprende» de un hombre las cosas más elementales, como el oficio de carpintero. Se manifiesta en esta paradoja la «sublimidad del misterio» de la Encarnación y la verdad de la paternidad de José.

Con su Madre, el Señor aprendió a hablar y a andar; en el hogar regido por san José, aprendió lecciones de laboriosidad y de honradez. El mutuo cariño hizo que José y Jesús se pareciesen en muchas cosas: No es posible desconocer la sublimidad del misterio. 

Ese Jesús que es hombre, que habla con el acento de una región determinada de Israel, que se parece a un artesano llamado José, ése es el Hijo de Dios. Y ¿quién puede enseñar algo a Dios? Pero es realmente hombre, y vive normalmente: primero como niño, luego como muchacho, que ayuda en el taller de José; finalmente como un hombre maduro, en la plenitud de su edad. 

Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia 
delante de Dios y de los hombres 
(Lc 2, 52)[34].