San José y la Virgen María

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San José y el Corazón nupcial de María
Un amor casto, fuente de castidad conyugal para los esposos cristianos
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Podría pensarse que, subjetivamente, la Virgen María eligió a José, el hombre justo predestinado para esta misión; justamente como esposo para poder conservar la virginidad consagrada, en el seno de una sociedad judía donde el celibato consagrado no era practicado sino por los grupos marginales Esenios.

Pero objetivamente este matrimonio virginal tenía además, como lo enseña Roberto Belarmino, otros fines: preservar a la Virgen de la sospecha de adulterio y ayudarla en la educación del Dios - Niño.

Este matrimonio virginal produjo, en el Corazón de la Virgen, un amor creciente y único por San José, guardián de su virginidad; virgen él mismo para ella y por ella; con ella educador del Hombre - Dios, Mesías y Salvador. El nombre de Jesús, que María y José conjuntamente confirieron al Hijo de Dios, de Adán y de David, en obediencia a la voluntad divina, fue el nudo supremo de este amor indisolublemente virginal y nupcial.

En el cielo como en la tierra, el Corazón de María ama a José con este amor que ella no tiene ni podrá tener por ninguna otra criatura. ¿Cuál otra habría podido tener el derecho a un amor tan íntimo? San José es el amigo aparte; el amigo único de María, que ella ama más que a los ángeles y a los santos más perfectos, y que quería más santo que toda criatura.

María supo ser deudora a José del honor, de la vida (sin él, recalca San Jerónimo, ella pudo ser lapidada), del pan cotidiano y supo deberle a Jesús mismo, que no hubiera podido ser concebido virginalmente en ella sino gracias a la virginidad de San José Honrando al Corazón de María, no sabríamos hacer abstracción de este objeto privilegiado de su amor que fue San José. Salvo algunas excepciones y algunos tratamientos parciales y locales, este amor y este matrimonio no han encontrado en las síntesis mariológicas, el lugar que merecen.

¿No será, acaso, que no se ha remarcado suficientemente la significación eclesial, a pesar de ser percibida por Sauvé?

“Dios - nos dice - decidió desde la eternidad entregar su Hijo al mundo, pero sólo gracias a este matrimonio virginal. Este matrimonio era tanto más cierto cuanto era el signo y la prenda más perfecta, después de la Encarnación, de la unión de Jesús con su Iglesia. Esta unión, que el matrimonio de José y María anuncia, se inaugura en la perfección. Aunque la unión de Jesús con su Iglesia no será más que la prolongación - necesariamente menos perfecta - de este matrimonio vivificado por la presencia de Jesús. Porque en el futuro ¿a qué alma podría estar unido Jesús tan íntimamente y tan profundamente que a las de María y de José, unidas entre ellas por Él?

La Iglesia, Esposa virginal de Cristo, su Salvador, cuyas nupcias son sacramentalmente representadas y actualizadas por todos los matrimonios cristianos, ama en el Corazón de María la irrevocable decisión de un matrimonio virginal, y el amor nupcial único por San José, condiciones y fuentes de su propia existencia.
En el corazón nupcial de la Inmaculada, la Iglesia ama, también, con un amor fiel e indisoluble a San José, causa ejemplar y meritoria de su propio amor invencible por Jesús.

Un amor casto, fuente de castidad conyugal para los esposos cristianos; un amor cuya contemplación le hace seguir más fácilmente la sugerencia del Apóstol Pablo: “privarse el uno del otro de común acuerdo, por un tiempo, para dedicarse a la oración” (1 Co 7,5).

La Iglesia sabe, por lo demás, que reflexionando sobre este matrimonio virginal, su prototipo, está llamada a descubrir más exactamente que “la esencia del matrimonio consiste en la unión indivisible de los espíritus, en virtud de la cual los esposos están mutuamente obligados a la fidelidad”, como lo subrayaba Santo Tomás de Aquino. La contemplación del matrimonio virginal de María y de José ha hecho comprender a la Iglesia que el matrimonio ya es verdadero antes de ser consumado carnalmente.

¿No es, también, una consideración orante de este matrimonio único - al menos en parte - el origen del audaz contrato mediante el cual San Juan Eudes tomó a María por Esposa mística?

Se comprende, entonces, que el culto de la Iglesia para con el Corazón de María lleva a glorificarlo como el corazón virginal y nupcial de la Esposa de José. Y es como tal que María es el Corazón de una Iglesia Esposa y Virgen.

En su exhortación apostólica sobre La figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia (15 de agosto de 1989), Juan Pablo II nos ayuda a contemplar el matrimonio de María con José:

“Las palabras dirigidas (por el Ángel del Señor) a José son muy significativas: “No temas recibir contigo a María, tu mujer, pues su concepción es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Explican el misterio de la Esposa de José: María es virgen en su maternidad... Lo que se cumplió en ella por obra del Espíritu Santo expresa, al mismo tiempo, una particular confirmación del vínculo esponsal que ya existía entre María y José. De esta manera su matrimonio con María su realizó por voluntad de Dios, debiendo ser conservado. En su maternidad divina, María debe continuar viviendo como “una virgen, desposada con un varón” (cf. Lc 1,27).

En las palabras de la anunciación nocturna, prosigue el Papa, José vuelve a oír la verdad sobre su propia vocación. Justo, ligado a la Virgen con un amor esponsal, José es llamado nuevamente por Dios a este amor. Si aquello que es engendrado en María viene del Espíritu Santo, ¿no es necesario concluir que su amor de hombre es, también, regenerado por el Espíritu Santo? ¿No es necesario pensar que el amor de Dios derramado en el corazón del hombre por el Espíritu Santo (Rm 5, 5), da forma de la manera más perfecta a todo amor humano? Forma también - y de una manera muy singular – “el amor esponsal de los esposos”.

La profundidad de esta intimidad, la intensidad espiritual de la unión y del contacto interpersonal del hombre y de la mujer provienen, en definitiva, del Espíritu que vivifica. José, obedeciendo al Espíritu Santo, encontró en él la fuente de su amor esponsal de hombre (Redemptoris custos, 18 - 19).

Se ve: para Juan Pablo II, el Corazón de María Esposa favorece la eclosión de un auténtico amor conyugal. Es en el Corazón inmaculado de aquella que los Padres y Doctores llaman algunas veces la Esposa del Padre, la Esposa del Hijo (Cirilo de Alejandría, Roberto Belarmino), la Esposa del Espíritu (León XIII) y que es también la esposa no desposada, (ver la expresión de la liturgia bizantina) según el Espíritu y no según la carne, de José que los justos pueden sacar el tesoro de un casto amor conyugal, ligado por la gracia sacramental del matrimonio.

El prefacio de la misa de Nuestra Señora de Nazaret nos presenta la magnífica conclusión resultante con forma de alabanza:

“En Nazaret la Virgen inmaculada
unida a José el Justo
por un amor profundo y purísimo,
te entona cánticos y te adora en silencio,
te celebra mediante su vida y te glorifica con su trabajo”

Traducido del francés por José Gálvez para ACI Prensa

Nota del traductor: Este texto, forma parte del libro “El Corazón de María es el corazón de la Iglesia”, capítulo II, § 5 .
En esta selección hemos omitido las notas a pie de página.

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Amor de esposo a la Virgen María, ejemplar para todos los esposos
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Bonifacio Llamera O.P,
Transcrito por José Gálvez Krüger

El matrimonio entre San José y la Virgen María fue un hecho cierto, en cuanto a la esencia del mismo, y de incalculable trascendencia para la gloria del santo Patriarca. Por este hecho queda unido a María más que ninguna otra criatura, y por ella se une también estrechísimamente a Jesús, lo que constituye un nuevo título de su dignidad y privilegios, no menos noble y excelente que el anterior, aunque dependa de él.

El amor entre los esposos es el más debido y el más fuerte que en este mundo puede darse, y llega a establecer la más estrecha relación por los lazos físicos y espirituales más íntimos. Entre José y maría no se dan esos lazos físicos y naturales, pero existen los jurídicos, y sobre todo los espirituales de forma más elevada y sobrehumana.

Por eso las mejores cualidades que de ese amor se puede predicar las encontramos realizadas entre aquellos privilegiados esposos, de modo que con toda justicia se le presenta como modelos acabados de él. Recordemos algunas condiciones de ese amor.

Igualdad de cualidades y posición: Sin duda que la posición social, las cualidades y hasta los bienes y riquezas son un incentivo de mayor amor entre los esposos. Por eso muy bien dice el P.Paulino: “Ambos eran de la tribu de Judá, ambos descendientes del rey David, ambos desposeídos de sus posesiones y reducidos a la condición de artesanos.

María destinada a ser madre de Dios, llevaba en su alma más gracias que en cielo ángeles hay. José, para ser escogido para ser legatario de la potestad paterna de Dios sobre Jesús era el varón más santo de cuantos se habían visto y se verían en los siglos.

Ella alimentaría con el néctar de su corazón al Hijo de Dios y suyo; él ganaría el sustento al que sustenta al todo viviente y nutre de gracia y gloria a todos los bienaventurados. Los dos de común acuerdo, después de desposados se prometieron amor virginal y mutuamente se miraron como templos vivos del Espíritu Santo. Ella primeramente llevaría a Jesús en su seno; él después lo llevaría en sus brazos; y la una y el otro por igual le verían cantado por los ángeles en Belén, adorado de pastores y de reyes, y juntos le llevarían al templo y le acompañarán en la huída a Egipto, y con él vivirían y gozarían y llorarían largos años en Nazaret”

Uniformidad de espíritu y semejanza de virtudes: Es otro motivo aún mucho más profundo y en nuestro caso no menos cierto. Excelsa fue su proporción en la santidad: María fue llamada bendita entre todas las mujeres; José es aclamado justo entre los hombres, es decir, adornado de todas las virtudes.

Su alma hermoseaban la obediencia de Abrahán, la paciencia de Job, la mansedumbre de Moisés, la pureza de José, el celo de David y la fortaleza de los Macabeos”. Admirable fue su fe: “María fue llamada bienaventurada por su fe; “por haber creído”, le dijo su prima Santa Isabel. José es igualmente grande en la fe; porque creyó al ángel cuando le descubrió la maternidad divina de su esposa; le creyó cuando a deshora de la noche le dijo que se levantara y, tomando al Niño con su Madre, huyera a Egipto; le creyó cuando le dio que volviera a tierra de Israel porque habían muerto los que querían matar al Niño; y creyó que Jesús era Dios, a pesar de verle nacido en un portal, tendido en un pesebre, abandonado de los hombres, perseguido a muerte y fugitivo, siendo así que Dios podía evitar tantas humillaciones y confundir a sus perseguidores”.

Intensísimo su amor al prójimo: “María estaba inflamada en amor de Dios y del prójimo; y José ardía en ese amor a Dios cual ningún otro santo; pues amaba al divino Jesús como ama a un varón santísimo, y más aún, como ama un padre a su hijo, y un padre dulcísimo a un Hijo de Dios; amor que manifestó durante toda su vida, desde la encarnación hasta morir, y lo manifestó con caricias, abrazando y besando a ese Dios, guardando su vida y procurándole sustento. “María y José, porque amaban al prójimo, procuraron su redención y a ella cooperaron trabajando, padeciendo y mereciéndole la vida eterna”. Y así en las demás virtudes. La prudencia: “María es llamada virgen prudentísima, y José fue también en los momentos más arduos de la vida varón de consumada prudencia”.

La humildad: “María fue humildísima, y humildísimo José, el cual con ser tan grande, viéndose en presencia del señor infinito y de la Madre de este infinito Señor, parecióle ser él menor que un gusanillo que se mueve entre el polvo…”

La pureza: “María fue purísima y purísimo José, que a su virginal esposa le sirvió de blanco pabellón, donde sin mancha se cobijase y conservase la que era más pura y blanca que la nieve del monte Líbano”.

La obediencia: “María fue obedientísimo y obedientísimo José a Dios, a los ángeles y a los hombres…”.

El dolor y sufrimiento: “María fue dolorosísima, y dolorosísimo José, sufriendo, si no los golpes del verdugo, el martirio del alma, el odio, las amenazas de muerte, el destierro, el desamparo, la pobreza, la visión de la futura sangrienta escena del Calvario”.

Amor mutuo: Verdaderamente “en nadie como en José y María jamás se ha visto ni se verá, ni hubo esposa tan amorosa como María, porque el amor se mide por la gracia, y la gracia suya era como infinita; ni hubo esposo tan tierno como José, porque además de ser él tan peregrino en santidad, era ante sus ojos la esposa la mujer más bella que Dios formó, la más dulce, la más cariñosa, la más santa, la más gloriosa y divina de todas las mujeres: era la Madre de Dios.

Uniendo los dos corazones estaba Jesús, que sin cesar les despedía llamas de más y más amor. Amaba María a José por lo que en sí era y valía y por los beneficios que a ella y al Niño les hacía: a ella librándola d ela infamia ante el pueblo que ignoraba su maternidad divina, y a los dos acompañándolos, protegiéndolos y ganándoles el pan de cada día”.

El trato mutuo: sumisión de la esposa y bondad del esposo. Trato de no menos de treinta años, dulcificado por la sumisión de la Virgen a San José, tan reverente y noble, y por la bondad y generoso servicio del santo Patriarca a la Madre y al Hijo, concebido por obra del Espíritu Santo. Este trato familiar es una de las fuentes principales del crecimiento de San José en la santidad, participando de las mismas virtudes de María.

Como dice Mons. Sinibaldi: “José, amando a María, ama al mismo Espíritu Santo. Sabe que su Esposa inmaculada tiene otro esposo invisible, infinitamente santo, y que este Esposo vive y reposa en el alma de ella como en un santuario, el más precioso santuario que una criatura puede ofrecer a su Señor… Por eso, mientras ama a la Esposa, José ama al Espíritu Santo. Mientras imita la modestia, la pureza, la humildad, la obediencia, la caridad, todas las virtudes que hacen tan santa y a amable a la Madre divina, su alma se adhiere cada vez más íntimamente a su Dios”.

Bellamente concluye el P. Paulino ponderando este amor entre los santos esposos, ideal del amor que todos los esposos de la tierra deben procurarse: “María amaba a José con amor nunca igualado en la tierra, porque era tan hermoso porque era tan santo, porque era guardador de su virginidad, compañero en la obra de la redención y mantenedor su vida y de la vida de Jesús. José amaba a María porque era hermosa más que el cielo, y santa y pura y más que los ángeles, y excelsa como Madre de Dios, y llena de todas las gracias, suficientes para agraciar a todas las almas del mundo y a todos los moradores del paraíso celestial.

Los dos amaban a Jesús como los padres más amorosos al hijo más amable. Con todo el amor nacido de los corazones más tiernos que Dios infundió en pecho de pura criatura; como aman, y más que aman, los serafines al Señor de la gloria. Y Jesús, finalmente, amaba a José y a María cuanto un Dios encarnado puede amar a sus padres y un Redentor a quienes le daban vida y eran copartícipes en la obra de glorificar al Eterno Padre y salvar a millones de almas. ¡Qué feliz vida la de tantos santos y amadores! ¡Sean los tres benditos de los cielos y de la tierra por los siglos eternos!



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San José, de modo semejante a la Virgen María, estuvo ligado por voto de castidad
Bonifacio Llamera O.P.
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Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa

Cuando se hable este asunto, hay que tener en cuenta estas consideraciones:

1) “Que la virginidad, por ser virtud – así dice Santo Tomás - , implica el propósito confirmado por un voto de guardar perpetuamente la integridad”.

2) En aquel tiempo había cierta corriente entre los judíos a observar continencia, por lo que “no debe decirse que esto fue entre los israelitas algo inaudito – escribe el P. Vosté - ; pues en aquel tiempo la mente judaica tendía a una ascesis más severa, incluida la observancia de la continencia, como aparece entre los esenios”.

3) De la Santísima Virgen enseñan todos los teólogos como Santo Tomás que fue conveniente el que consagrase a Dios con voto su virginidad. Además ello se colige de aquellas palabras: “¿Cómo se hará esto, pues no conozco varón?, quomodo fiet istud, quoniam virum non connosco?”. Estas palabras comenta el P. Vosté – como todos los exegetas notan y el mismo Loysi, carecen de sentido si no se trata de voto, o al menos de un propósito de guardar virginidad aun en el estado de matrimonio”.

4) Que San José hizo voto de virginidad lo afirma ex profeso Santo Tomás: “La bienaventurada Virgen, anates d eunirse con José, fue cerciorada por divina revelación de que José tenía el mismo propósito (quod Ioseph in simili proposito era), y, por tanto, no se exponía a peligro casándose…” “Puede creerse que no solamente María, sino también José estaba dispuesto en su interior a guardar virginidad, a no ser que Dios ordenase otra cosa. Pero no manifestaron con palabras expresas esta intención al principio, sino más tarde, y así permanecieron siempre vírgenes”. Tanto el voto de María como el de José, según Santo Tomás, fue condicionado antes del matrimonio y después absoluto: “No es creíble que la Madre de Dios, antes de desposarse con José, hiciese de un modo absoluto el voto de virginidad; sino que, aun deseándolo ella, abandonó su voluntad al arbitrio divino. Y después, habiendo tomado marido conforme a las exigencias de aquel tiempo, emitió juntamente con él voto de virginidad”. En todo voto va siempre necesariamente implícita esta condición: si Dios otra cosa no quiere o prescribe. Tal condición parece ser la que San José y la Santísima Virgen formularon y pusieron explícitamente. Más no fue por eso su voto más imperfecto, como acontece cuando es condicionado, dependiendo de una condición extrínseca. El sentido de esta condición no fue la duda de si querían permanecer vírgenes, sino por el contrario, de si debían.

5) La razón de esta doctrina, en general, es porque “las obras de perfección son más laudables si se cumplen bajo voto” (Ibíd.). Por eso observa muy acertadamente Cayetano sobre este punto: Es muy razonable que el santo esposo, concediendo a su esposa hacer voto de virginidad dentro del estado de matrimonio, también el hiciese juntamente dicho voto; teniendo sobre todo en cuenta que la divina Providencia casi debía inspirar esto a José, para que la Virgen de vírgenes tuviese también su compañero y servidor virgen. Además, no estaría llena de gracia (María) si faltase esta gracia a su consorte; pues ella misma, según la recta razón, debía desearlo ardientemente. Y por esto en la Escritura se dice simplemente que antes de la Anunciación hizo voto con José de virginidad”. Esta es pues, la fe de la Iglesia: san José guardó siempre perfecta virginidad y ésta por voto, a imitación de su inmaculada Esposa, la Virgen María.


Cuando se hable este asunto, hay que tener en cuenta estas consideraciones:

1) “Que la virginidad, por ser virtud – así dice Santo Tomás - , implica el propósito confirmado por un voto de guardar perpetuamente la integridad”.

2) En aquel tiempo había cierta corriente entre los judíos a observar continencia, por lo que “no debe decirse que esto fue entre los israelitas algo inaudito – escribe el P. Vosté - ; pues en aquel tiempo la mente judaica tendía a una ascesis más severa, incluida la observancia de la continencia, como aparece entre los esenios”.

3) De la Santísima Virgen enseñan todos los teólogos como Santo Tomás que fue conveniente el que consagrase a Dios con voto su virginidad. Además ello se colige de aquellas palabras: “¿Cómo se hará esto, pues no conozco varón?, quomodo fiet istud, quoniam virum non connosco?”. Estas palabras comenta el P. Vosté – como todos los exegetas notan y el mismo Loysi, carecen de sentido si no se trata de voto, o al menos de un propósito de guardar virginidad aun en el estado de matrimonio”.

4) Que San José hizo voto de virginidad lo afirma ex profeso Santo Tomás: “La bienaventurada Virgen, anates d eunirse con José, fue cerciorada por divina revelación de que José tenía el mismo propósito (quod Ioseph in simili proposito era), y, por tanto, no se exponía a peligro casándose…” “Puede creerse que no solamente María, sino también José estaba dispuesto en su interior a guardar virginidad, a no ser que Dios ordenase otra cosa. Pero no manifestaron con palabras expresas esta intención al principio, sino más tarde, y así permanecieron siempre vírgenes”. Tanto el voto de María como el de José, según Santo Tomás, fue condicionado antes del matrimonio y después absoluto: “No es creíble que la Madre de Dios, antes de desposarse con José, hiciese de un modo absoluto el voto de virginidad; sino que, aun deseándolo ella, abandonó su voluntad al arbitrio divino. Y después, habiendo tomado marido conforme a las exigencias de aquel tiempo, emitió juntamente con él voto de virginidad”. En todo voto va siempre necesariamente implícita esta condición: si Dios otra cosa no quiere o prescribe. Tal condición parece ser la que San José y la Santísima Virgen formularon y pusieron explícitamente. Más no fue por eso su voto más imperfecto, como acontece cuando es condicionado, dependiendo de una condición extrínseca. El sentido de esta condición no fue la duda de si querían permanecer vírgenes, sino por el contrario, de si debían.

5) La razón de esta doctrina, en general, es porque “las obras de perfección son más laudables si se cumplen bajo voto” (Ibíd.). Por eso observa muy acertadamente Cayetano sobre este punto: Es muy razonable que el santo esposo, concediendo a su esposa hacer voto de virginidad dentro del estado de matrimonio, también el hiciese juntamente dicho voto; teniendo sobre todo en cuenta que la divina Providencia casi debía inspirar esto a José, para que la Virgen de vírgenes tuviese también su compañero y servidor virgen. Además, no estaría llena de gracia (María) si faltase esta gracia a su consorte; pues ella misma, según la recta razón, debía desearlo ardientemente. Y por esto en la Escritura se dice simplemente que antes de la Anunciación hizo voto con José de virginidad”. Esta es pues, la fe de la Iglesia: san José guardó siempre perfecta virginidad y ésta por voto, a imitación de su inmaculada Esposa, la Virgen María.