Sería prolijo analizar detalladamente esta actuación particular de cada don en San José; por eso nos limitaremos a recordar únicamente el objeto o materia propia de cada uno.
Don de entendimiento: Por el don de entendimiento, que purificó y perfeccionó su fe, obtuvo el santo Patriarca un conocimiento mucho más profundo, esclarecido y exacto de todos los misterios y verdades sobrenaturales, penetrando su íntimo sentido y conveniencia, especialmente en aquellos que tan íntimamente prestó su cooperación, como la encarnación y redención divinas.
Don de sabiduría: Este don perfeccionó la ardentísima caridad de San José, no intrínsecamente, sino dándole un conocimiento afectivo y experimental admirable y suavísimo de esa presencia e íntima unión con Dios por el amor, juzgando de todo lo demás y ordenándolo todo a su transformación de lo más profundo de sí mismo en Dios.
Don de ciencia: Este don completó el conocimiento y juicio que San José tuviera de las cosas humanas, capacitándole para juzgar con certeza sobre lo que debía obrar, es decir, como los debía utilizar en orden a Dios y a su aprovechamiento sobrenatural.
Don de consejo: Por el don de consejo el Espíritu Santo corroboró la virtud de la prudencia en San José, dando certeza y seguridad a sus juicios prácticos para elegir todas las cosas necesarias o convenientes en orden a la vida eterna, especialmente para juzgar en los casos concretos más difíciles e inesperados y obrar en ellos con toda confianza y decisión.
Don piedad: El espíritu Santo, por el don de piedad, imprimió constantemente en el alma de San José un afecto filial hacia Dios, como a verdadero Padre, sintiendo vivamente esa filiación divina amando a los demás hombres como hijos también de Dios y a hermanos en él, abarcando en su afecto a todos los seres como a cosas de Dios, ofreciéndose también en sacrificio y redención por los demás hombres, unido al sacrificio de María de María y de Jesús.
Don de fortaleza: Con el don de fortaleza San José aceptó aquel divino ministerio tan superior a sus fuerzas perseverando en el cumplimiento de sus deberes a pesar de todas las dificultades, siempre seguro de la ayuda divina, sereno y hasta gozoso en los trabajos en los trabajos y persecuciones, esperando del Señor la recompensa.
Don de temor de Dios: Por el don de temor el santo Patriarca vivió siempre sometido a Dios con filial reverencia, no temiendo precisamente su pecado o reparación, pero reconociendo su pequeñez ante la excelencia y majestad divinas y ante innumerables gracias con que incesantemente le favoreció.
Cuánto haya sido el mérito que adquirió y la gloria que le corresponde por el ejercicio de tantas virtudes y la correspondencia a los dones del Espíritu Santo, hemos de deducir la abundancia de la gracia y de la caridad con que estuvo siempre adornado, de la cantidad y excelencia de sus obras y de la perfección de cada uno de sus actos, sirviéndonos de suprema medida en todo aquello su excelsa aproximación a la Santísima Virgen.
Por: Bonifacio LLamera, O.P
Fuente: ACI Prensa