ORACION INICIAL
Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti.
San José conoció mejor y más profundamente a Nuestro Señor que todos los santos juntos; él no vivió sino para nuestro Señor Jesucristo. He ahí su gloria particular, el carácter propio de su santidad: en eso cabalmente debe ser nuestro modelo y eso es precisamente lo que constituye su incomparable grandeza.
Bien se yo que su vida es poco conocida y reviste poca gloria exterior, mas, ¿por qué hemos de juzgar de la grandeza de los santos por la gloria y el brillo que rodea su misión y su vida?
Dios glorifica a sus santos en el cielo: nosotros quisiéramos que los glorificase ya aquí abajo; nos parecemos en esto a los judíos que querían un Mesías glorioso. Cuando consideramos a algún santo, nos detenemos en su gloria exterior; le erigimos un trono al lado de Nuestro Señor: nos preocupa la glorificación del hombre.
Bueno es, sin duda, exaltar los dones de Dios en sus santos; pero hay en eso un secreto pensamiento de comparación, un poco de egoísmo, un cierto deseo que se desliza en nosotros, para llevarnos a servir al Señor con la mira de llegar a ser, a nuestra vez, grandes y gloriosos; es una raíz del hombre viejo que aspira siempre a ser algo, aun en el servicio de Dios.
Es preciso juzgar de los santos en Jesucristo; para juzgar de la excelencia de un santo, observad su grado de transformación en Jesucristo; haciendo así, lo colocamos en su centro y en su fin, volvemos el rayo al sol que lo envía; no nos limitamos entonces a glorificar tan sólo al hombre o los dones de Dios, sino que glorificamos a Jesucristo mismo, autor de toda santidad; puesto que no tanto viven de Jesucristo los santos, como vive en ellos Jesucristo, según el decir de San Pablo: “’Ya no soy yo quien vive, sino Jesucristo que vive en mí”.
Al admirar cuánto se aproximó San José a Nuestro Señor y cuán perfectamente se transformó en Él, comprenderemos su verdadera grandeza; su verdadera santidad.
Ésta será nuestra ocupación durante todo el mes; consideraremos cada día en particular una de las gracias de San José y encontraremos en él el adorador más perfecto, enteramente consagrado a Jesús, trabajando siempre cerca de Jesús, teniendo a Jesús por fin de sus virtudes y de su vida: en esto debe ser nuestro modelo y debe nuestra vida inspirarse en la suya.
Aspiración. San José, de quien puede decirse que ya no vivíais, sino que vivía Jesús plenamente en vos, rogad por nosotros.
ORACION FINAL
Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre.
Amén.
Es preciso juzgar de los santos en Jesucristo; para juzgar de la excelencia de un santo, observad su grado de transformación en Jesucristo; haciendo así, lo colocamos en su centro y en su fin, volvemos el rayo al sol que lo envía; no nos limitamos entonces a glorificar tan sólo al hombre o los dones de Dios, sino que glorificamos a Jesucristo mismo, autor de toda santidad; puesto que no tanto viven de Jesucristo los santos, como vive en ellos Jesucristo, según el decir de San Pablo: “’Ya no soy yo quien vive, sino Jesucristo que vive en mí”.
Al admirar cuánto se aproximó San José a Nuestro Señor y cuán perfectamente se transformó en Él, comprenderemos su verdadera grandeza; su verdadera santidad.
Ésta será nuestra ocupación durante todo el mes; consideraremos cada día en particular una de las gracias de San José y encontraremos en él el adorador más perfecto, enteramente consagrado a Jesús, trabajando siempre cerca de Jesús, teniendo a Jesús por fin de sus virtudes y de su vida: en esto debe ser nuestro modelo y debe nuestra vida inspirarse en la suya.
Aspiración. San José, de quien puede decirse que ya no vivíais, sino que vivía Jesús plenamente en vos, rogad por nosotros.
ORACION FINAL
Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María. A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida. Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal.
Amén.