2. Una sólida tradición anterior

Con la sobriedad en el decir y con la precisión de lenguaje que le caracterizan, san Josemaría se sabe inserto en una sólida tradición eclesial de teología y devoción al santo Patriarca. Su pensamiento sobre san José es rico, sólido y constante, y en él afloran, junto con la iniciativa propia de una delicada piedad movida por el Espíritu Santo, una magnífica información de las cuestiones teológicas concernientes a san José, y la conciencia de estar pisando terreno seguro[11].

Como es bien sabido, en 1870, Pío IX por el decreto Quemadmodum Deus (8-XII-1870) había declarado a san José patrono de la Iglesia Universal, y el 15 de agosto de 1889, León XIII había publicado su encíclica Quamquam pluries dedicada al santo Patriarca. En esta encíclica, de gran vigor de pensamiento, se recogen las líneas fundamentales de la teología de san José precisamente al aducir las razones por las que debe ser considerado patrono de la Iglesia Universal.

La primera razón que menciona el Papa es que san José es el esposo de santa María y, en consecuencia, es padre de Jesús, el cual es un bien —bonum prolis— de este matrimonio. 
En el texto del pontífice, la verdad del matrimonio entre santa María y san José está fuera de toda duda y lleva directamente a la verdad de la paternidad de san José sobre Jesús. 
Ambas realidades —matrimonio y paternidad— constituyen dos rasgos esenciales de la vocación divina de san José: él ha sido llamado para desempeñar estas dos tareas queridas en sí mismas por Dios, en su propio valor. En esta vocación encuentran su razón de ser las demás gracias recibidas por san José; en ella se encuentra, pues, la razón última de «su dignidad, de su santidad y de su gloria»[12].

En el planteamiento de León XIII, el matrimonio de san José con la Virgen es la razón última de todo lo que acompaña a la figura de san José, porque la verdad y perfección de este matrimonio «exige» la participación en sus bienes y, en concreto, en el bien de la prole, aunque la prole haya sido engendrada virginalmente. 
El Papa llama a este matrimonio «máximo consorcio y amistad al que de por sí va unida la comunidad de bienes», y dice que san José ha sido entregado a la Virgen no sólo como «compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad», sino también como partícipe de su «excelsa grandeza». Él es, pues, «custodio legítimo y natural de la Sagrada Familia»[13].

León XIII sigue en esto una línea de pensamiento, expresada ya por san Ambrosio y san Agustín, que encuentra una de sus formulaciones más perfectas en santo Tomás de Aquino: entre santa María y san José hubo verdadero y perfecto matrimonio. 
Dada la virginidad perpetua de santa María, algunos escritores antiguos encontraron cierta dificultad en considerar esta unión como un verdadero matrimonio[14]. 
Estas vacilaciones se disiparon a favor de la autenticidad del matrimonio, entre otras causas, por la decidida toma de posición de san Ambrosio[15] y de san Agustín[16]. Esto no impide que autores tan importantes como san Bernardo (+1153) se hayan mostrado muy cautos ante la afirmación del matrimonio entre san José y santa María, o no lo hayan valorado como elemento fundamental en la teología josefina[17]. La posición de santo Tomás de Aquino (+1274) no ofrece lugar a dudas: la unión entre José y María fue verdadero y perfecto matrimonio, porque en él tuvo lugar la unión esponsal entre sus espíritus[18].

Conviene no olvidar que considerar la unión entre José y María como verdadero matrimonio se ajusta al lenguaje del Nuevo Testamento, que no vacila en llamar a santa María «mujer» de José: ni hay ambigüedades en torno a la virginidad de santa María incluso en aquellos lugares en que se le llama esposa de José (cf., p.ej., Mt 1, 16-25), ni hay dudas en llamar a José padre de Jesús, ni en mostrarlo actuando como tal (cf., p.ej., Lc 2, 21-49).