Haz, oh san José, que los padres sepan unir todas las potencialidades del amor humano con una buena vida cristiana.
Oración
¡Salve, esposo inmaculado de Maria! Te saludo, fiel guardián de Jesús. Te saludo padre y jefe de la sagrada familia.
Te suplico, por las gracias con que se coronaron tus virtudes, nos obtengas una castidad inviolable y una gran pureza d consciencia en nuestras comuniones. San José, hombre según el Corazón de Dios, ruega por nosotros.
Singular prerrogativa del glorioso Patriarca San José que pueda proponerse meritísimamente y con excelencia como modelo de todos los estados.
Santos hay que parecen destinados por Dios para ejemplo y dechado de una clase sola o de un estado particular; pero San José, a imitación de su celestial Esposa, a todas las clases y estados conviene, y no de una manera vaga y general, sino tan propia y particular como si exclusivamente a cada uno correspondiese.
Como esas estatuas o pinturas que miran a quien los mira desde cualquier punto en que se coloque el espectador, así San José a todos y cada uno, cualquiera que sea el estado en que milite, ofrece ejemplos que imitar y es modelo para los jóvenes solteros y para los casados, para los religiosos y sacerdotes…
En materia tan clara y manifiesta bastará sólo indicar alguna que otra razón.
En primer lugar, San José es modelo de los solteros.
Las virtudes más propias de los jóvenes y que más convienen a esa edad, que es como la primavera entre las estaciones del año, son la modestia y pureza, el respeto y obediencia a los mayores, la piedad y laboriosidad.
Estas virtudes hermosean y dan nuevo realce a la juventud.
Un joven modesto y casto es un ángel; desvergonzado e impuro, un demonio; si es respetuoso y obediente, forma las delicias de la edad madura, y querríanle todos meter en sus entrañas; irrespetuoso y desobediente, parece un discípulo de Lucifer, y le desprecian las personas sensatas y auguran todos de él pésimamente.
Si es piadoso y amigo del trabajo, lleva consigo mismo la mejor recomendación; y huyendo de la ociosidad, madre de todos los vicios, asegura su porvenir.
Pues bien: San José ofrece a los jóvenes en su vida hermosos ejemplos de estas virtudes. Desde la juventud se esmeró San José en su práctica y ejercicio.
Una cosa puede afirmarse, nacida de la observación: en las poblaciones donde se ha establecido la Congregación de jóvenes Josefinos es incalculable el bien que se hace y la salvaguardia que hallan los jóvenes en ella para adquirir y conservar las virtudes propias de su estado.
Protégelos el Santo Patriarca y los libra de los peligros a que está expuesta la floreciente edad.
Es San José modelo de los casados. Si ha existido en el mundo matrimonio feliz fue, sin duda, el de la Virgen Santísima y su bendito Esposo San José.
Unidos con señales inequívocas que expresaban la voluntad de Dios, que desde toda la eternidad los había predestinado para este estado, para que como ángeles morasen a la sombra de unas mismas paredes y viviesen bajo un mismo techo, ambos llevaron al santo matrimonio el tesoro de sus virtudes, la semejanza en las costumbres y el inviolable propósito de guardar perpetua virginidad.
La naturaleza y la gracia concurrieron a la par a la mutua conformidad de gustos, de genios, de carácter e inclinaciones, rivalizando ambos en el deseo de darse recíprocamente contento y de hacerse mutuamente felices.
Al ver aquella dichosa morada hubiérase dicho que una misma y sola alma informaba dos cuerpos, y que en María y José no había más que una voluntad y un mismo querer y no querer.
Esta unión y concordia, ¡qué fuerza y aliento no comunicó a ambos esposos para sobrellevar las cargas del matrimonio y sufrir con paciencia y aun con alegría los trabajos, persecuciones y durísimas pruebas a que Dios quiso someterlos!
¡Qué mutuo apoyo se prestaron! ¡Cómo descansaba cada uno en el corazón del otro! ¡Con qué inefable confianza se comunicaban sus penas y hallaba cada uno en el fondo de su alma palabras del cielo que infundían aliento, resignación y dulcísimo consuelo!
Pues he aquí el modelo más perfecto que puede presentarse a los casados. Es el marido cabeza de la mujer, que es su fiel compañera, no su esclava. Para unirse como Dios manda, dejaron el padre, y la madre, y los hermanos, con intento de formar nueva familia; juráronse perpetua fidelidad, y después del amor que deben, a Dios, no ha de haber amor como el que mutuamente deben tenerse.
Sobre todo, deben conllevarse, sufrirse, negar sus propios y particulares gustos para amoldarse y contentar al otro; y en los días de angustia, cuando la enfermedad o desgracia visitare su morada, prestarse mutua ayuda y consuelo, y siempre y en todo tiempo animarse con el ejemplo, sin olvidarse nunca de encomendarse fervorosamente a Dios, a su bendita Madre y al glorioso Patriarca San José.
Que no se borren jamás de la memoria las palabras de San Pablo: Mujeres, estad sujetas a los maridos, como es debido, en lo que es según el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no las tratéis con aspereza. (Colosenses, 3, 18-19).
Pero los casados no sólo tienen deberes para consigo, sino también para con sus hijos, si Dios les ha dado fruto de bendición; y también, y muy especialmente en este sentido, es San José su perfectísimo dechado.
Deben los padres a sus hijos amor, sustento y educación. No se necesitan muchas palabras, porque es cosa que salta a los ojos, para demostrar con qué altísima perfección cumplió San José estos deberes con respecto a Jesús.
¿Quién, exceptuada María, le amó más que San José? ¿Qué solicitud no fue la suya en salvarle de las manos de Herodes? ¿En alimentarle en Egipto y Nazaret? ¿En servirle de maestro en el arte que ejercitaba?
¡Cómo veló constantemente por su bien! Por Jesús se desvivía José, y a Él consagró enteramente todos los momentos de su vida y los afectos de su corazón. Jesús era su único pensamiento; por Él latía su pecho, y se movían sus manos, y andaban sus pies.
¡Oh ejemplos dignos de ser imitados en nuestros tiempos!
Si la sociedad anda mal, y empeora cada día; si crece el número de los descreídos y se socavan los cimientos del trono y del altar; si la misma familia se desmorona y amenaza en todas partes un desquiciamiento total, el origen más o menos remoto de tamaño desastre hay que buscarlo en la educación defectuosa, pestilencial o nula que muchos reciben de sus padres.
No se educa a los hijos, o se les educa mal. Muchos padres no saben querer a sus hijos: piensan que el quererlos mucho consiste en permitir que los traten de igual a igual, en condescender con sus caprichos, en excusar sus liviandades, en concederles una libertad que pronto se convierte en licencia, en pasar por alto todo, con tal que se guarden hasta cierta edad las formas y conveniencias sociales…
¡Y no saben que obrando así no son verdaderamente padres, sino parricidas! ¡Cuántos, en vez de salvar a sus hijos de los modernos Herodes, los ponen inconscientemente, en sus manos cuando los entregan a un mal compañero y a maestros racionalistas, o permiten asistan a espectáculos inmorales o lean papeles y novelas donde naufragará la virtud y aun la fe de sus creencias!
¿De qué sirve lamentarse de la maldad de los tiempos si no se pone el conveniente remedio?
Sigamos los ejemplos de San José, imitemos su conducta, y si no sabemos educar desde luego a los demás, empecemos por educarnos a nosotros mismos.
Oigamos a San Pablo que, dirigiéndose a los hijos y a los padres, habla a todos de esta manera: Hijos, obedeced a vuestros padres con la mira puesta en el Señor, porque es ésta una cosa justa. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa, para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no irritéis con excesivo rigor a vuestros hijos; mas educadlos corrigiéndolos e instruyéndolos según la doctrina del Señor (Efesios, 6, 1-4).
San José modelo de religiosos y sacerdotes.
Es San José modelo de religiosos y sacerdotes por su devoción y respeto en el trato con Dios, por su pureza angelical, por el celo de la divina gloria; en una palabra, por su eminente santidad.
¡Con qué reverencia, nacida de su vivísima fe y profundísima humildad, tomaría en sus brazos al Niño Jesús en Belén y Egipto, y con qué ojos le miraría trabajando en Nazaret! ¡Con qué gusto aprovecharía las ocasiones de darle a conocer a sus conciudadanos, y ardería en deseos de que todos le conociesen y amasen!
Pues esa devoción y reverencia, esa pureza, celo y santidad ha de informar a los religiosos y sacerdotes, que son la sal de la tierra y sacrifican en el altar al Cordero sin mancilla.
La Iglesia desea que los ministros del Señor se encomienden especialmente al Santo Patriarca antes y después del augusto Sacrificio, y ciertamente quien tanto amó y tan bien supo tratar y tener en sus manos a Jesús no negará el espíritu de devoción y fervor y la pureza de corazón a quien de veras se lo pida.
San José modelo de obreros y artesanos.
No sólo es San José modelo de todos los estados, sino también de diversas clases y oficios de la sociedad.
Sin embargo, no puede negarse que lo es especialmente de aquellos que más parecido y semejanza tienen con el oficio que Él ejercitó. Tales son los obreros y artesanos. Estos pueden decir a boca llena que San José les pertenece, que es de los suyos.
Y es así en verdad. San José se presta más directamente a la imitación de los obreros, porque obrero fue el Santo Patriarca; y por lo mismo, si vale decirlo, a los obreros y artesanos profesa especial cariño y está a primera vista más dispuesto a favorecer en igualdad de circunstancias.
Fácilmente se comprende que tenga San José predilección por los de su clase y oficio, y que se compadezca mejor de sus trabajos, por la sencilla razón de haber pasado por ellos y tener conocimiento experimental de los apuros en que suelen hallarse y de los vejámenes que a veces tienen que sufrir de parte de los patronos y de los ricos.
Sabe por experiencia San José lo que es ganar su sustento cotidiano con el sudor de su frente, sabe cómo duele después de haber estado trabajando con esmero y diligencia todo el santo día, cuando se esperaba con el salario una sonrisa de aprobación al presentar terminada la tarea, ver despreciada su obra, dejar descontento al que la encargó y recabar a duras penas, no sin bochorno, el precio estipulado; sabe qué es pasar un día y otro día en forzosa ociosidad por falta de trabajo o excesiva multitud de brazos; qué es echarse encima la noche o acercarse el fin de la semana sin poder llevar a casa lo necesario para comprar el sustento de la familia, y verse obligado a pedir que le presten fiado el pedazo de pan que han de llevarse los hijos a la boca.
Todo eso y mucho más lo sabe San José como ninguno, y natural es que a este conocimiento se siga la compasión y el amor hacia los que padecen las mismas miserias que un día padeció.
Pues por lo mismo es el más alto y perfecto modelo, y el que más autoridad tiene para instruir y consolar a obreros y artesanos. Porque San José, que pasó por todas esas molestias y contrariedades de la vida laboriosa, fue no obstante en su mortal carrera feliz en cuanto se puede ser; y ahora que goza de inmenso valimiento en el Cielo, puede y quiere favorecer a los artesanos y obreros como ninguno.
¿De qué manera? ¿Haciendo que éstos naden en la abundancia? No. ¿Haciendo que desaparezcan de la vida las penas y los trabajos? Tampoco. ¿Trayendo la nivelación social y aboliendo la diferencia de clases? Mucho menos. ¿Pues cómo? Con lo mismo que Él fue relativamente feliz.
Es una utopía irrealizable y absurda pensar que en este mundo, valle de lágrimas y miserias, no las ha de haber, o que los pobres puedan desaparecer de la tierra. Siempre habrá pobres, dijo Jesucristo.
Aunque mañana, por un imposible, se estableciese la igualdad de fortunas, pronto desaparecería, por la sencilla razón de que unos trabajarían y otros no; unos gozarían de salud, otros no; unos acertarían en sus negocios por su talento, otros errarían por su estupidez; a unos les sonreiría la suerte; a otros les perseguiría la desgracia y les engañarían los hombres; ¿cómo habían de ser mucho tiempo iguales en riquezas entre tanta desigualdad de fuerzas, talentos, gastos y fortuna?
No: lo que hizo relativamente feliz a San José (y ha de hacer felices relativamente a los obreros), es en primer lugar la fe y la religión. El conocimiento y esperanza de lo sobrenatural, de otra vida, de otros bienes que no consume el hollín ni roban los ladrones, ni están expuestos a las vicisitudes de las cosas terrenas.
A medida que esta fe y esperanza crezca y reine en el corazón, decrecerá la estima de los bienes de este mundo y no se mirarán como la suprema felicidad del hombre.
Nacerá de aquí la resignación cristiana y la confianza en Dios y en su amorosa Providencia, que nunca desampara a los suyos y acude en la mayor necesidad, y nunca dejará de mover los corazones de los cristianos.
No resolverá esto sólo, claro es, el problema social, ni bastará a conciliar los intereses de obreros y patronos (no tratamos de esto), pero agotará en parte las fuentes del malestar; con la resignación cristiana y confianza en Dios, vendrá la paciencia y la humildad, desaparecerá la ambición y envidia a los ricos y poderosos, y en su lugar aparecerán ante los ojos, coronados con nimbo de gloria, las excelsas figuras de Jesucristo Nuestro Señor y del Santo Patriarca José, el artesano y el hijo del artesano, que vivieron en la obscuridad y llevaron una vida pobre y laboriosa.
Entonces aparecerá con todo su esplendor la excelsa dignidad de los pobres y obreros en la Iglesia, y resonarán con potente para consuelo de los humildes y resignados las profundas palabras del Salvador del mundo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Se amará la imitación de Cristo; seguiránse con holgura las pisadas del divino Maestro sobre la tierra, y ante la perspectiva de la corona inmarcesible que ha de ceñir eternamente las sienes del humilde y resignado artesano, parecerá menos dura la pobreza y más llevadera la condición de los obreros.
Quien se penetre bien de estas ideas, antes será envidiado que envidioso. Pues éstas fueron las que alimentaron y nutrieron el espíritu de San José, y las que Él procurará inculcar en el espíritu de los obreros sus devotos.
MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL
"...Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que vieremos en los otros y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados... tener a todos por mejores que nosotros...". Santa Teresa de Jesús.
"Un cristiano fiel, iluminado por los rayos de la gracia al igual que un cristal, deberá iluminar a los demás con sus palabras y acciones, con la luz del buen ejemplo". San Antonio de Padua.
AFECTOS
Haced, San José, que vivamos una vida inocente
R. y esté siempre asegurada bajo vuestro patrocinio.
PRACTICA
Pedir a San José nos ayude a seguir su ejemplo.