Ilustraciones de San José


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Día 30- San José abogado de las almas del Purgatorio


Terror de los demonios.
Oh san José, fortificado por la Palabra de la Escritura, has podido vencer siempre las tentaciones.


Oración

Amorosísimo San José, que tan tiernamente amasteis a Jesús, y tan vivamente sentisteis la privación de su presencia cuando lo perdieres en el Templo, os encomiendo con fervor las Santas Almas que, lejos de la amable presencia de Dios, están padeciendo en el Purgatorio.

Oh Santo Patriarca, sed su consuelo en aquel lugar de penas y expiación, dignaos aplicarles los piadosos sufragios de los fieles, particularmente los míos.

Constituíos su intercesor para con Jesús y María y romped con vuestra poderosa oración sus cadenas, para que puedan ascender al seno de Dios y gozar de la felicidad eterna. Amén.



SAN JOSE- ABOGADO DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
Consideración


No cabe duda, como decía Santa Teresa de Jesús, que San José es el Abogado Universal, o, lo que es lo mismo, que Él remedia todos los males; ya que jamás se pide al Señor gracia alguna por intercesión de este Glorioso Patriarca que no se consiga en el acto, si se pide bien y como conviene.

La razón es obvia. No hay abogado mejor que el que defiende una causa que en algún tiempo fue propia, porque la conoce perfectamente, hasta en sus más pequeños detalles y se interesa mucho en ella; y habiendo padecido tanto San José durante su vida, síguese que será compasivo con los que ahora padecemos; no nos olvidará en los supremos y críticos instantes de nuestra existencia, y sobre todo no podrá menos de compadecerse mucho de las almas detenidas en el lugar de expiación.

En efecto, cuando su alma privilegiada salió de su cuerpo virginal se apartó de la presencia del Redentor y de la Virgen Madre. ¡Cuánto sufriría entonces con esta separación su inocente y atribulado espíritu!

Las puertas de la Celestial Jerusalén estaban completamente cerradas a todas las generaciones. Debían ser rociadas con la Sangre inmaculada del Cordero de Dios para que quedasen francas y abiertas a los pueblos redimidos.

El amorosísimo Jesús, víctima inocente y voluntaria en el expiatorio sacrificio, no habiendo llegado su hora, aún debía permanecer tres años sobre la tierra; luego el alma de San José, antes de penetrar en el Cielo, debía ser detenida juntamente con las de los justos del antiguo Testamento, en el seno de Abraham.

Si el Santo Patriarca, durante los tres días en que el divino Niño estuvo perdido en el Templo, le anduvo buscando con tanta angustia, ¿qué ansias no padecería su alma en los años que estuvo en el Limbo, apartada de la presencia de Jesús y María?

Sólo quien amara a Jesús y María como San José les amaba, sería capaz de formarse un concepto adecuado de la vehemencia de sus anhelos.

Sabiendo, pues, nuestro Glorioso Santo por experiencia propia cuán ardientes son en las almas justas los deseos de ver a Dios, y qué acerbos padecimientos dicha privación les causa, ¡con que afán procurará aliviar a las Benditas Almas del Purgatorio!




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Día 31-San José Patrono de la Iglesia católica





Patrono de la Iglesia Universal. Oh san José, por la misión que te fue confiada, asistes a la Iglesia de Cristo, haciendo que camine siempre en la verdad y en el amor, para ser luz del mundo.
Guía, querido santo, a la Iglesia de Cristo en el camino de la santidad, para que sea siempre más eficaz y alegre anunciadora del Evangelio



Oración a san José protector de las familias

Glorioso San José, protector, modelo y guía
de las familias cristianas: Te ruego protejas
a la mía.
Haz reinar en ella el espíritu de fe y de
religión, la fidelidad a los mandamientos de
Dios y de la Iglesia, la paz y la unión de los
hijos, el desprendimiento de los bienes
temporales y el amor a los asuntos del cielo.
Dígnate velar sobre todos nuestros intereses.
Ruega al Señor que bendiga nuestra casa.
Otorga la paz a la familia, acierto a los hijos
en la elección de estado.
Concede a todos los miembros de nuestra
familia y de todas las familias de la tierra, la
gracia de vivir y morir en el amor de Jesús y
de María. Amén.




Punto 1. Honor debido a San José como Patrono de la Iglesia Católica.

Jamás en el transcurso de los siglos había honrado la Iglesia a Santo alguno como Patrono de la Iglesia Universal. Gobernada por el mismo Jesucristo, su Cabeza invisible, y puesta bajo la protección de su divina Madre, María; sólo a San Miguel Arcángel, a semejanza de la antigua Sinagoga, había venerado como a su custodio y Patrono Universal. Por lo que toca empero a los Santos, sólo había designado a algunos de ellos como patronos particulares, ora de los reinos o provincias, ora de las diócesis, ciudades o pueblos católicos.

Mas en el día 8 de diciembre de 1870 llegó el momento feliz en que fuera solemnemente proclamado Patrono de la Iglesia católica también un Santo; y éste es el gloriosísimo San José.

He aquí cómo se anunció este fausto suceso en el decreto publicado al efecto por mandato del Papa en Roma, para la ciudad y para el orbe:

“Siempre la Iglesia, por la sublime dignidad que Dios confirió a este fidelísimo siervo, tributó al beatísimo José sumo honor y alabanzas después de la Virgen Madre de Dios, Esposa suya, e imploró su intercesión en las angustias. Mas en estos tristísimos tiempos…. conmovido nuestro santísimo señor el Papa Pío IX por la lamentable condición de las cosas, con el fin de encomendarse a sí mismo y a todos los fieles al poderosísimo patrocinio de San José, le declaró solemnemente Patrono de la Iglesia católica”.

Desde este día, pues, a la manera que el antiguo Patriarca José, después que Faraón lo hizo dueño de su casa y gobernador de todos sus dominios, fue para los egipcios su virrey y salvador; y a la manera que nuestro Santo Patriarca, después que Dios lo constituyó señor y príncipe de su casa y de sus posesiones, fue aquí en la tierra el guarda, protector y apoyo de Jesús y de María; así ahora he venido a ser, después de la solemne declaración del Papa, como el virrey y señor y el mejor guarda, protector y apoyo para la Iglesia católica y sus fieles hijos.

Si, pues, ya antes la Iglesia tributaba a San José “sumo honor y alabanzas después de la Virgen María”, ¿cuál será ahora la alabanza, gloria y honor que deberemos tributarle?

Después que a sus títulos y privilegios se le ha añadido el de Patrono de la Iglesia católica, ¿cómo podremos dignamente honrar a tan grande Santo?

Gloria, pues, honor y alabanza sea dada a San José. Y ya que tan poco valen nuestros obsequios para honrarlo como se merece, hagamos por que sea cada día más conocido, honrado y venerado en todo el mundo cristiano.

¡Que dicha si llegáramos a merecer delante de Dios el título de verdaderos devotos de San José!
Punto 2. 
Confianza que debe inspirarnos el Patrocinio de San José en medio de las tribulaciones de la Iglesia.

Figurada la Iglesia católica, en sentir de los Santos Padres e intérpretes sagrados, en aquella mujer vestida de sol que vio San Juan en su Apocalipsis; figurados asimismo los fieles cristianos en el hijo varón que dio a luz aquella mujer misteriosa; y figurados en fin los enemigos de la Iglesia y de sus hijos en el dragón descomunal bermejo de siete cabezas que quiso tragarse al nacer al hijo de aquella mujer, y que no habiéndolo logrado emprendió contra los dos una persecución de muerte; no parece sino al leer tales proféticas visiones, o que estamos ya, o que están próximos los tristísimos tiempos que deben cumplirse.

Lo cierto es que perseguida en todas partes la Iglesia por sus enemigos, se halla oprimida de tan graves calamidades, que los hombres impíos han llegado a creer que por fin las puertas del infierno prevalecen contra ella.

¡Cuánta confianza, empero, debe inspirarnos el Patrocinio de San José en medio de tales calamidades! Elegido y declarado solemnemente Patrono de la Iglesia católica por el Vicario de Jesucristo sobre la tierra; esta declaración debe ser para todo fiel cristiano una garantía cierta de que, según el orden de la Providencia, se hallan en este Santo todos los dones y gracias propios para llenar los fines para que fue así elegido.

Siendo, pues, éstos el encomendarse el Papa a sí mismo y a todos los fieles al poderosísimo Patrocinio de San José, y el de mover con más eficacia por sus méritos o intercesión la misericordia divina a que aparte de la Iglesia todos los males que de todas partes la conturban; ¿quién puede dudar que este Santo estará en disposición de conjurar tamaños males y calamidades?

Así como, pues, el antiguo Patriarca José, por la gracia que halló delante del Señor, libró a los egipcios de una muerte segura; y así como nuestro Santo Patriarca salvó aquí en la tierra de todos los peligros a Jesús y a María mediante las gracias que para esto había recibido, así también debemos confiar que, mediante el poder y gracia de que habrá sido revestido en el Cielo como Patrono de la Iglesia católica, salvará una vez más a la madre y al hijo, esto es, al Papa y a sus miembros, a la Iglesia y a sus hijos, por más fuertes que sean sus mortales enemigos.

Imploremos, pues, confiados la protección de San José; roguémosle y volvámosle a rogar que ahora y siempre interceda por la Iglesia, por el Papa y por los fieles todos, seguros de que bajo su Patrocinio seremos salvos.



Punto 3. Confianza que debe inspirarnos el Patrocinio de San José como fieles soldados de Jesucristo.

Es deber sagrado de todo cristiano, como soldado que es de Jesucristo, no sólo estar siempre en vela contra sus enemigos, sino también soportar paciente los sufrimientos, y resistir con fortaleza los ataques a que está expuesto en su vida de lucha sobre la tierra. Tal es la condición indispensable para ceñir la corona del triunfo, pues que “no será coronado sino quien legítimamente peleare” (II Timoteo, II, 5).

Mas para esto en necesario un auxilio especial de la gracia, singularmente en estos tristes tiempos en que tan cruel y horrible guerra se ha declarado contra la Iglesia de Cristo. Y la necesidad de esta gracia la hacen más patente así las defecciones, por desgracia tan frecuentes en estos tiempos, como el furor y las astucia de nuestros implacables enemigos.

¿Qué medio, empero, mejor para obtenerla que acudir al Patrocinio de San José? Ya su conducta de otro tiempo es para nosotros un edificante estímulo para el presente. Una vez recibida de Dios la misión de custodiar y salvar a Jesús, por nada del mundo se dejó seducir sino que todo lo dejó, hogar, patria, parientes y amigos para cumplirla. Lejos asimismo de arredrarse por los sacrificios que esto exigía de Él, todos al contrario los abrazó varonilmente, fatigas, viajes y destierro. Así nos enseñó cómo hemos de salvar a Jesús en nuestros corazones y en los de nuestros hermanos en medio de los peligros y luchas de este mundo.

Además del ejemplo, hay en San José el poder junto con la voluntad de alcanzarnos la gracia para obtener la victoria. La misión, en efecto, que Dios le ha confiado al declararlo por boca del Papa Patrono de la Iglesia Católica, es la de ser, a semejanza del antiguo virrey de Egipto, el Príncipe de los cristianos, el sostén de la Iglesia, guía de sus hijos y firme apoyo de su pueblo; y también la de ser, a semejanza de Josué, más que grande en salvar a los escogidos de Dios, en sojuzgar a sus enemigos y en conseguirles la herencia de la gloria.

En las manos, pues, de San José está nuestra salvación, como en las manos de otro José, tipo de éste, estuvo antes la salvación de los egipcios.

En sus manos, por consiguiente, está el proporcionarnos a todos y cada uno de los fieles cristianos las gracias convenientes para luchar con ventaja contra nuestros enemigos y alcanzar la victoria. ¡Y con cuánta largueza y amor concede estas gracias a los que de veras se le encomiendan!

Pongámonos, pues, con entera confianza bajo el Patrocinio de San José, bien seguros que, después de haber triunfado con su ayuda de nuestros enemigos aquí en la tierra, seremos también con él coronados de gloria eterna en el cielo. Amén.




Día 29- San José,modelo de todos los estados





Modelo de vida doméstica. Oh san José, en la Familia de Nazaret asumiste plenamente tu responsabilidad, con espíritu de colaboración y de humildad.

Haz, oh san José, que los padres sepan unir todas las potencialidades del amor humano con una buena vida cristiana.

Gifs y Fondos Paz enla Tormenta ®: IMÁGENES DE SAN JOSÉ


Oración

¡Salve, esposo inmaculado de Maria! Te saludo, fiel guardián de Jesús. Te saludo padre y jefe de la sagrada familia.

Te suplico, por las gracias con que se coronaron tus virtudes, nos obtengas una castidad inviolable y una gran pureza d consciencia en nuestras comuniones. San José, hombre según el Corazón de Dios, ruega por nosotros.



Gifs y Fondos Paz enla Tormenta ®: IMÁGENES DE SAN JOSÉ


San José, modelo de todos los estados

Singular prerrogativa del glorioso Patriarca San José que pueda proponerse meritísimamente y con excelencia como modelo de todos los estados.

Santos hay que parecen destinados por Dios para ejemplo y dechado de una clase sola o de un estado particular; pero San José, a imitación de su celestial Esposa, a todas las clases y estados conviene, y no de una manera vaga y general, sino tan propia y particular como si exclusivamente a cada uno correspondiese.

Como esas estatuas o pinturas que miran a quien los mira desde cualquier punto en que se coloque el espectador, así San José a todos y cada uno, cualquiera que sea el estado en que milite, ofrece ejemplos que imitar y es modelo para los jóvenes solteros y para los casados, para los religiosos y sacerdotes…

En materia tan clara y manifiesta bastará sólo indicar alguna que otra razón.

En primer lugar, San José es modelo de los solteros.

Las virtudes más propias de los jóvenes y que más convienen a esa edad, que es como la primavera entre las estaciones del año, son la modestia y pureza, el respeto y obediencia a los mayores, la piedad y laboriosidad.

Estas virtudes hermosean y dan nuevo realce a la juventud.

Un joven modesto y casto es un ángel; desvergonzado e impuro, un demonio; si es respetuoso y obediente, forma las delicias de la edad madura, y querríanle todos meter en sus entrañas; irrespetuoso y desobediente, parece un discípulo de Lucifer, y le desprecian las personas sensatas y auguran todos de él pésimamente.

Si es piadoso y amigo del trabajo, lleva consigo mismo la mejor recomendación; y huyendo de la ociosidad, madre de todos los vicios, asegura su porvenir.

Pues bien: San José ofrece a los jóvenes en su vida hermosos ejemplos de estas virtudes. Desde la juventud se esmeró San José en su práctica y ejercicio.

Una cosa puede afirmarse, nacida de la observación: en las poblaciones donde se ha establecido la Congregación de jóvenes Josefinos es incalculable el bien que se hace y la salvaguardia que hallan los jóvenes en ella para adquirir y conservar las virtudes propias de su estado.

Protégelos el Santo Patriarca y los libra de los peligros a que está expuesta la floreciente edad.

Es San José modelo de los casados. Si ha existido en el mundo matrimonio feliz fue, sin duda, el de la Virgen Santísima y su bendito Esposo San José.

Unidos con señales inequívocas que expresaban la voluntad de Dios, que desde toda la eternidad los había predestinado para este estado, para que como ángeles morasen a la sombra de unas mismas paredes y viviesen bajo un mismo techo, ambos llevaron al santo matrimonio el tesoro de sus virtudes, la semejanza en las costumbres y el inviolable propósito de guardar perpetua virginidad.

La naturaleza y la gracia concurrieron a la par a la mutua conformidad de gustos, de genios, de carácter e inclinaciones, rivalizando ambos en el deseo de darse recíprocamente contento y de hacerse mutuamente felices.

Al ver aquella dichosa morada hubiérase dicho que una misma y sola alma informaba dos cuerpos, y que en María y José no había más que una voluntad y un mismo querer y no querer.

Esta unión y concordia, ¡qué fuerza y aliento no comunicó a ambos esposos para sobrellevar las cargas del matrimonio y sufrir con paciencia y aun con alegría los trabajos, persecuciones y durísimas pruebas a que Dios quiso someterlos!

¡Qué mutuo apoyo se prestaron! ¡Cómo descansaba cada uno en el corazón del otro! ¡Con qué inefable confianza se comunicaban sus penas y hallaba cada uno en el fondo de su alma palabras del cielo que infundían aliento, resignación y dulcísimo consuelo!

Pues he aquí el modelo más perfecto que puede presentarse a los casados. Es el marido cabeza de la mujer, que es su fiel compañera, no su esclava. Para unirse como Dios manda, dejaron el padre, y la madre, y los hermanos, con intento de formar nueva familia; juráronse perpetua fidelidad, y después del amor que deben, a Dios, no ha de haber amor como el que mutuamente deben tenerse.

Sobre todo, deben conllevarse, sufrirse, negar sus propios y particulares gustos para amoldarse y contentar al otro; y en los días de angustia, cuando la enfermedad o desgracia visitare su morada, prestarse mutua ayuda y consuelo, y siempre y en todo tiempo animarse con el ejemplo, sin olvidarse nunca de encomendarse fervorosamente a Dios, a su bendita Madre y al glorioso Patriarca San José.

Que no se borren jamás de la memoria las palabras de San Pablo: Mujeres, estad sujetas a los maridos, como es debido, en lo que es según el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no las tratéis con aspereza. (Colosenses, 3, 18-19).

Pero los casados no sólo tienen deberes para consigo, sino también para con sus hijos, si Dios les ha dado fruto de bendición; y también, y muy especialmente en este sentido, es San José su perfectísimo dechado.

Deben los padres a sus hijos amor, sustento y educación. No se necesitan muchas palabras, porque es cosa que salta a los ojos, para demostrar con qué altísima perfección cumplió San José estos deberes con respecto a Jesús.

¿Quién, exceptuada María, le amó más que San José? ¿Qué solicitud no fue la suya en salvarle de las manos de Herodes? ¿En alimentarle en Egipto y Nazaret? ¿En servirle de maestro en el arte que ejercitaba?

¡Cómo veló constantemente por su bien! Por Jesús se desvivía José, y a Él consagró enteramente todos los momentos de su vida y los afectos de su corazón. Jesús era su único pensamiento; por Él latía su pecho, y se movían sus manos, y andaban sus pies.

¡Oh ejemplos dignos de ser imitados en nuestros tiempos!

Si la sociedad anda mal, y empeora cada día; si crece el número de los descreídos y se socavan los cimientos del trono y del altar; si la misma familia se desmorona y amenaza en todas partes un desquiciamiento total, el origen más o menos remoto de tamaño desastre hay que buscarlo en la educación defectuosa, pestilencial o nula que muchos reciben de sus padres.

No se educa a los hijos, o se les educa mal. Muchos padres no saben querer a sus hijos: piensan que el quererlos mucho consiste en permitir que los traten de igual a igual, en condescender con sus caprichos, en excusar sus liviandades, en concederles una libertad que pronto se convierte en licencia, en pasar por alto todo, con tal que se guarden hasta cierta edad las formas y conveniencias sociales…

¡Y no saben que obrando así no son verdaderamente padres, sino parricidas! ¡Cuántos, en vez de salvar a sus hijos de los modernos Herodes, los ponen inconscientemente, en sus manos cuando los entregan a un mal compañero y a maestros racionalistas, o permiten asistan a espectáculos inmorales o lean papeles y novelas donde naufragará la virtud y aun la fe de sus creencias!

¿De qué sirve lamentarse de la maldad de los tiempos si no se pone el conveniente remedio?

Sigamos los ejemplos de San José, imitemos su conducta, y si no sabemos educar desde luego a los demás, empecemos por educarnos a nosotros mismos.

Oigamos a San Pablo que, dirigiéndose a los hijos y a los padres, habla a todos de esta manera: Hijos, obedeced a vuestros padres con la mira puesta en el Señor, porque es ésta una cosa justa. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa, para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no irritéis con excesivo rigor a vuestros hijos; mas educadlos corrigiéndolos e instruyéndolos según la doctrina del Señor (Efesios, 6, 1-4).

San José modelo de religiosos y sacerdotes.

Es San José modelo de religiosos y sacerdotes por su devoción y respeto en el trato con Dios, por su pureza angelical, por el celo de la divina gloria; en una palabra, por su eminente santidad.

¡Con qué reverencia, nacida de su vivísima fe y profundísima humildad, tomaría en sus brazos al Niño Jesús en Belén y Egipto, y con qué ojos le miraría trabajando en Nazaret! ¡Con qué gusto aprovecharía las ocasiones de darle a conocer a sus conciudadanos, y ardería en deseos de que todos le conociesen y amasen!

Pues esa devoción y reverencia, esa pureza, celo y santidad ha de informar a los religiosos y sacerdotes, que son la sal de la tierra y sacrifican en el altar al Cordero sin mancilla.

La Iglesia desea que los ministros del Señor se encomienden especialmente al Santo Patriarca antes y después del augusto Sacrificio, y ciertamente quien tanto amó y tan bien supo tratar y tener en sus manos a Jesús no negará el espíritu de devoción y fervor y la pureza de corazón a quien de veras se lo pida.

San José modelo de obreros y artesanos.
No sólo es San José modelo de todos los estados, sino también de diversas clases y oficios de la sociedad.

Sin embargo, no puede negarse que lo es especialmente de aquellos que más parecido y semejanza tienen con el oficio que Él ejercitó. Tales son los obreros y artesanos. Estos pueden decir a boca llena que San José les pertenece, que es de los suyos.

Y es así en verdad. San José se presta más directamente a la imitación de los obreros, porque obrero fue el Santo Patriarca; y por lo mismo, si vale decirlo, a los obreros y artesanos profesa especial cariño y está a primera vista más dispuesto a favorecer en igualdad de circunstancias.

Fácilmente se comprende que tenga San José predilección por los de su clase y oficio, y que se compadezca mejor de sus trabajos, por la sencilla razón de haber pasado por ellos y tener conocimiento experimental de los apuros en que suelen hallarse y de los vejámenes que a veces tienen que sufrir de parte de los patronos y de los ricos.

Sabe por experiencia San José lo que es ganar su sustento cotidiano con el sudor de su frente, sabe cómo duele después de haber estado trabajando con esmero y diligencia todo el santo día, cuando se esperaba con el salario una sonrisa de aprobación al presentar terminada la tarea, ver despreciada su obra, dejar descontento al que la encargó y recabar a duras penas, no sin bochorno, el precio estipulado; sabe qué es pasar un día y otro día en forzosa ociosidad por falta de trabajo o excesiva multitud de brazos; qué es echarse encima la noche o acercarse el fin de la semana sin poder llevar a casa lo necesario para comprar el sustento de la familia, y verse obligado a pedir que le presten fiado el pedazo de pan que han de llevarse los hijos a la boca.

Todo eso y mucho más lo sabe San José como ninguno, y natural es que a este conocimiento se siga la compasión y el amor hacia los que padecen las mismas miserias que un día padeció.

Pues por lo mismo es el más alto y perfecto modelo, y el que más autoridad tiene para instruir y consolar a obreros y artesanos. Porque San José, que pasó por todas esas molestias y contrariedades de la vida laboriosa, fue no obstante en su mortal carrera feliz en cuanto se puede ser; y ahora que goza de inmenso valimiento en el Cielo, puede y quiere favorecer a los artesanos y obreros como ninguno.

¿De qué manera? ¿Haciendo que éstos naden en la abundancia? No. ¿Haciendo que desaparezcan de la vida las penas y los trabajos? Tampoco. ¿Trayendo la nivelación social y aboliendo la diferencia de clases? Mucho menos. ¿Pues cómo? Con lo mismo que Él fue relativamente feliz.

Es una utopía irrealizable y absurda pensar que en este mundo, valle de lágrimas y miserias, no las ha de haber, o que los pobres puedan desaparecer de la tierra. Siempre habrá pobres, dijo Jesucristo.

Aunque mañana, por un imposible, se estableciese la igualdad de fortunas, pronto desaparecería, por la sencilla razón de que unos trabajarían y otros no; unos gozarían de salud, otros no; unos acertarían en sus negocios por su talento, otros errarían por su estupidez; a unos les sonreiría la suerte; a otros les perseguiría la desgracia y les engañarían los hombres; ¿cómo habían de ser mucho tiempo iguales en riquezas entre tanta desigualdad de fuerzas, talentos, gastos y fortuna?

No: lo que hizo relativamente feliz a San José (y ha de hacer felices relativamente a los obreros), es en primer lugar la fe y la religión. El conocimiento y esperanza de lo sobrenatural, de otra vida, de otros bienes que no consume el hollín ni roban los ladrones, ni están expuestos a las vicisitudes de las cosas terrenas.

A medida que esta fe y esperanza crezca y reine en el corazón, decrecerá la estima de los bienes de este mundo y no se mirarán como la suprema felicidad del hombre.

Nacerá de aquí la resignación cristiana y la confianza en Dios y en su amorosa Providencia, que nunca desampara a los suyos y acude en la mayor necesidad, y nunca dejará de mover los corazones de los cristianos.

No resolverá esto sólo, claro es, el problema social, ni bastará a conciliar los intereses de obreros y patronos (no tratamos de esto), pero agotará en parte las fuentes del malestar; con la resignación cristiana y confianza en Dios, vendrá la paciencia y la humildad, desaparecerá la ambición y envidia a los ricos y poderosos, y en su lugar aparecerán ante los ojos, coronados con nimbo de gloria, las excelsas figuras de Jesucristo Nuestro Señor y del Santo Patriarca José, el artesano y el hijo del artesano, que vivieron en la obscuridad y llevaron una vida pobre y laboriosa.

Entonces aparecerá con todo su esplendor la excelsa dignidad de los pobres y obreros en la Iglesia, y resonarán con potente para consuelo de los humildes y resignados las profundas palabras del Salvador del mundo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Se amará la imitación de Cristo; seguiránse con holgura las pisadas del divino Maestro sobre la tierra, y ante la perspectiva de la corona inmarcesible que ha de ceñir eternamente las sienes del humilde y resignado artesano, parecerá menos dura la pobreza y más llevadera la condición de los obreros.

Quien se penetre bien de estas ideas, antes será envidiado que envidioso. Pues éstas fueron las que alimentaron y nutrieron el espíritu de San José, y las que Él procurará inculcar en el espíritu de los obreros sus devotos.



MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL
"...Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que vieremos en los otros y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados... tener a todos por mejores que nosotros...". Santa Teresa de Jesús.

"Un cristiano fiel, iluminado por los rayos de la gracia al igual que un cristal, deberá iluminar a los demás con sus palabras y acciones, con la luz del buen ejemplo". San Antonio de Padua.




AFECTOS
Haced, San José, que vivamos una vida inocente
R. y esté siempre asegurada bajo vuestro patrocinio.





PRACTICA
Pedir a San José nos ayude a seguir su ejemplo.

EUCARISTÍA, MILAGRO DE AMOR ®: IMÁGENES Y GIFS DE SAN JOSÉ

Día 27-Fidelidad de San José en imitar a Jesús


 Patrono de los moribundos. Tú, oh san José, tuviste la suerte de morir asistido por Jesús y tu esposa María. ¡Nadie podría desear algo mejor en el momento más decisivo de su vida!
Asísteme, oh querido santo, en el momento de mi muerte.

"Dios te salve, oh José, esposo de María, lleno de gracia, Jesús y su Madre están contigo, Bendito tú eres entre todos los hombres y Bendito es Jesús el Hijo de María. San José, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén"



ORACIÓN A SAN JOSÉ DE SANTA TERESA


Glorioso Patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi auxilio en estos momentos de angustia y dificultad.

Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan serias y difíciles que os encomiendo, a fin de que tengan una feliz solución. Mi bienamado Padre, toda mi confianza está puesta en Vos. Que no se diga que Os he invocado en vano y puesto que Vos podéis todo ante Jesús y María, mostradme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder. Amén.


Fidelidad de San José en imitar a Jesús.
Sed imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo.
I Cor. XI, 1.

Es riguroso deber de todos los cristianos, si quieren salvarse, el conformar su vida a la de Jesucristo, e imitar los ejemplos que nos dio durante su vida mortal. «Todos aquellos —dice San Pablo— que Dios ha previsto desde toda la eternidad que habían de ser del número de sus elegidos, los ha predestinado en el tiempo a ser conformes a la imagen de su Hijo Jesucristo» (Rom. VIII, 29).

El Hijo de Dios se encarnó a fin de que, haciéndose semejante al hombre, nos fuera más fácil imitarle. En efecto, desde el primero hasta el último instante de su vida, Jesucristo no hizo cosa alguna que no haya tenido por fin instruirnos y darnos ejemplo.

Por lo tanto, debemos persuadirnos de que el Salvador nos repite a cada uno de nosotros lo que dijo a los Apóstoles después de lavarles los pies: «Exemplum dedi vobis, ut quemadmodum ego feci vobis, ita et vos faciatis: Os he dado el ejemplo, a fin de que hagáis aquello que Yo mismo he hecho». Jesucristo no es tan sólo el guía a quien debemos seguir, sino también el camino por el que debemos andar, si queremos hallar la verdad y llegar a la vida eterna: Ego sum via, véritas et vita.

Si San José llega a una santidad tan eminente, ¿no es acaso porque tuvo la suerte de ver más de cerca y escuchar más frecuentemente al Verbo hecho carne?… Todo, en efecto, invitaba a San José a imitar a Jesucristo: el ejemplo de María, que estaba siempre atenta a copiar minuciosamente el interior de su Hijo divino, y a procurar la perfección en todo. El amor de que estaba inflamado San José lo llevaba a hacerse semejante a Jesús.

Cada día comprobamos que el amor natural de los padres los convierte casi en niños con sus hijos pequeños. Ahora bien; ¿quién podrá comprender todo lo que el amor sobrenatural del cual San José estaba lleno, le inspiraba hacia Jesús, a quien consideraba como a Hijo queridísimo? ¡Con qué ternura, con qué efusión de corazón, con qué respetuoso afecto se hacía niño con aquel divino Infante!. . .
Ya sabría José, seguramente, aquello que el Salvador debía decir en el Evangelio: Nisi efficiamim sicut parvulm iste, non intrabitis in regnum celorum (Mat. VIII, 3). Si no os hacéis como niños, si no os hacéis semejantes a Él, si el amor no os trasforma en Él, no seréis jamás dignos de entrar en el cielo. Los que nunca amaron ardientemente y no conocen la naturaleza del amor, no pueden comprender —dice San Agustín— la fuerza que el amor tiene para trasformar al que ama en el objeto amado, y darle las mismas inclinaciones, la misma voluntad y hasta los mismos pensamientos. Del mismo modo, un alma piadosa no puede tener la certeza de poseer el amor de Jesucristo en su corazón, si no siente, como San José, el deseo ardiente de transformarse en Él, de adquirir su espíritu, de seguir sus máximas, de no estimar sino lo que Él estima, de despreciar todo lo que Él desprecia, de amar todo lo que Él ama, las cruces, las humillaciones; en una palabra, de conformarse enteramente a Él en todo, de dejar de ser lo que se es, para comenzar a ser lo que Él es.

Pero desdichadamente, ¡qué corto es el número de los cristianos que comprenden y gustan estas verdades!… Casi todos, buscándose a sí mismos, no se encuentran más que a sí mismos, y siempre permanecen en sí mismos.

Deseamos que Dios se dé a nosotros, para hacer de Él lo que sea de nuestro agrado, pero no queremos darnos a Él sin reservas, como San José, para que Él obre en nosotros según su voluntad. Hablad, oh Jesús, a nuestro corazón; hacednos conocer y amar la belleza de ese amor tan puro, que trasforma nuestras almas en Vos mismo.

Vuestro amor por mí, oh Señor, os ha obligado a haceros semejante a mí, pobre mortal, sujeto a la enfermedad y al dolor. Si yo os amo verdaderamente, mi amor por vuestra adorable Persona debe hacerme semejante a Vos, humilde, dulce, modesto, paciente, obediente y pleno de caridad para todos.

San José tenía continuamente los ojos del espíritu sobre Jesucristo, para reproducir en sí mismo lo mejor que le era posible toda su imagen; para conformar los sentimientos, las facultades de su alma y todos sus actos a los sentimientos, a las facultades del alma y a las acciones de su divino modelo, de manera que sus ojos eran puros, sencillos y modestos como los de Jesús; sus oídos estaban cerrados a todas las conversaciones vanas, aduladoras o poco caritativas; su boca, como la de Jesús, no se abría sino para edificar al prójimo, consolar a los afligidlos, instruir a los ignorantes; no usaba de sus manos sino para hacer el bien a todos, practicando las obras de justicia y de misericordia; en una palabra, todos sus padecimientos y todos sus actos eran regulados por la modestia y perfectamente sujetos al espíritu, como los de Jesús.

He aquí lo que San Pablo llama «práctica de la mortificación de Jesucristo en nuestros cuerpos», para ser copias vivas y fieles del modelo divino.

 Tal era San Francisco de Sales, cuyo exterior y modales semejaban el exterior, los modos y las virtudes de Jesucristo, cuando vivía entre los hombres.

Haced, oh divino Salvador, que yo tenga continuamente, como San José, los ojos del corazón y del alma sobre vuestra divina Persona, a fin de que todas mis acciones sean otros tantos rasgos que contribuyan a formar en mí vuestra imagen.

Nuestro Señor Jesucristo es la regla general y universal de nuestra vida: por lo tanto, cada acción del Salvador —dice San Basilio— debe ser la regla particular de cada una de las nuestras. Para imitar a San José, debemos considerar atentamente cómo procedía Nuestro Señor en las varias circunstancias de la vida, a fin de conformar en todo nuestra conducta con la suya.

En nuestras relaciones con el prójimo, no debemos jamás perder de vista la modestia que se trasparentaba en toda la persona de Jesucristo, sin quitarle nada de aquella majestad que inspiraba un amor respetuoso a todos los que le veían; ni la gravedad de la conversación, acompañada siempre de una dulzura inefable y siempre regulada por una maravillosa discreción; ni la condescendencia al adaptarse al querer de unos y a soportar las importunidades de los demás; ni su respeto y la sumisión a aquellos que por su condición o dignidad estaban por sobre los demás; ni su particular afección por los pobres; en una palabra, la equidad y sencillez de su conducta, unida a una prudencia del todo divina.

San José estaba especialmente atento a imitar los sentimientos de respeto y humildad, de adoración del Salvador, cuando cumplía con algún deber de religión o se dirigía al Padre celestial. Procuremos también nosotros, en nuestros ejercicios de piedad, tener continuamente los ojos sobre este divino modelo.

Que nunca falten a nuestras oraciones las disposiciones que Jesús tenía cuando por nosotros oró en el huerto de los Olivos: se separa de las criaturas; se postra, adora y sumerge en un profundo anonadamiento; se llena de una perfecta contrición por todos los pecados del mundo; hace penitencia y se arrepiente profundamente, aceptando con resignación la muerte que los hombres han merecido.

No obstante el debilitamiento de las fuerzas en que cae, persevera una hora entera en la oración, animado de la más viva confianza, llamando a Dios su Padre, y diciéndole que sabe que todo le es posible; en una palabra, se somete a todo lo que quiera mandarle: Non sicut ego volo, sed sicut tu.

Nuestro divino Salvador nos ofrece un modelo no menos admirable de las disposiciones que debemos llevar a la santa comunión. Hablando de la Cena, el Evangelista dice que aun cuando Jesús había amado siempre a los suyos, quiso todavía, antes de su muerte, darles una prueba de amor más conmovedora, instituyendo ese adorable Sacramento para enseñarnos que la principal disposición para participar dignamente de este misterio es la caridad.

Dijo a sus Apóstoles que había deseado con gran deseo comer esa Pascua con ellos, para enseñarnos que el tener un ardiente y vivo deseo, es una excelente preparación para recibir su Cuerpo adorable. Finalmente, antes de dar la comunión a sus discípulos, se abajó hasta lavarles los pies, para enseñarnos con qué humildad y pureza debemos acercarnos a tan tremendo misterio.

Pero sobre todo debemos, como San José y según el consejo del grande Apóstol, tratar de formar a Jesucristo en nuestros corazones, a fin de que no vivamos más de nuestra propia vida, sino de la vida de Jesucristo, teniendo sus mismos sentimientos, sus mismos pensamientos, sus mismos afectos; amando lo que Él ama, evitando con diligencia lo que Él aborrece, teniendo en nuestras acciones el mismo principio y el mismo fin que el divino Salvador.

Pero no siempre depende de nosotros imitar los actos exteriores de la vida de Jesucristo. Dios no lo exige sino a un corto número de cristianos, de los cuales, a unos llama a la imitación de su pobreza; a otros, a la de su vida oculta o a la de sus divinas fatigas y ministerio público. La variedad de los estados y de las condiciones de la sociedad humana así lo exigen. Pero todos, ricos y pobres, doctos e ignorantes, son llamados a imitar el espíritu de Jesucristo.

Sin cambiar en nada lo exterior en lo que respecta a las varias condiciones, de nosotros depende ser humildes en la grandeza, y con San José, estar contentos en la condición oscura en que Dios nos ha puesto, sin avergonzarnos por ello y sin desear grandezas. De nosotros depende renunciar con el afecto a los bienes, si es que los poseemos, y a no quejarnos de la pobreza, bendiciendo a Dios, que nos quiere hacer semejantes a Jesús, a María y a José.

Depende enteramente de nosotros mandar con dulzura y con humildad —como lo hizo San José, quien no olvidó jamás que la autoridad la había recibido de Dios—, u obedecer a los hombres, casi como a Dios, con miras nobles y dignas de un cristiano. Todos recibimos la gracia de conformarnos de esta manera a los sentimientos interiores de Jesús, para pensar y obrar cada uno en nuestro estado como Él mismo había pensado y obrado.

«En todas vuestras acciones, en toda palabra, sea que caminéis o que corráis, que habléis o calléis, que estéis solos o en compañía, tened siempre los ojos sobre Jesucristo —dice San Buenaventura— como sobre vuestro modelo. Estas frecuentes miradas sobre Jesús inflamarán vuestro amor, os harán entrar en una gran familiaridad con Él, os inspirarán confianza, os conseguirán la gracia, y os harán perfectos en todas las virtudes.

«Que sea este vuestro empeño, vuestra oración y vuestro gusto: el tener siempre presente en vuestro espíritu el recuerdo de alguno de sus misterios, para excitaros a imitarle y a amarle. Cuanto más fieles seáis en imitar sus virtudes, más cerca estaréis de Él en la gloria, porque seréis más semejantes a su celeste y eterna belleza».



MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL

Las acciones de Jesucristo son reglas vivas que tienen influencia sobre las nuestras, por cuanto las hizo no sólo para servirnos de modelo, sino también para merecernos la gracia, las luces y los santos afectos para imitarle (P. Grott).

Con la gracia, la cruz y el amor se consigue la unión íntima con Jesucristo (P. Nepveu).

 Muchas oraciones sin mortificación son inútiles (Santa Teresa de Jesús).



Gifs religiosos: GIFS DE SANTO ROSARIO

AFECTOS

Oh bienaventurado José, vos que jamás habéis perdido de vista al divino Salvador confiado a vuestros cuidados, y habéis tenido la suerte de contemplar durante treinta años sus divinos ejemplos, conformando en todo vuestra vida a la suya, ¡qué celestiales ardores y qué trasportes de amor no encendería en vuestra alma la conversación con ese Hijo tan adorable!

 ¡Dios mío, qué suerte tan grande la de ver siempre a Jesús, pensar siempre en Jesús, trabajar siempre con Jesús!…

Vos gozabais de su presencia sensible bajo las apariencias de Niño; nosotros le poseemos en el Sacramento de su amor en un estado de gloria, de impasibilidad, que no quita nada a su ternura y familiaridad.

 ¡Qué felices seríamos, si como vos supiéramos escuchar y poner en práctica las divinas lecciones que no cesa de darnos, instándonos a seguirle, a fin de que por nuestra fidelidad en imitarle, merezcamos poseerle eternamente en el cielo! Así sea.



Santo Rosario



PRACTICA

Rezar y ganar indulgencias por las almas del purgatorio que tuvieron por patrono a San José.




Gifs religiosos: Imágenes del Santo Rosario

Día 26-Empeño de San José por conocer a Jesucristo.



Esperanza de los afligidos.
En tu vida, oh san José, no todo fue claro y fácil de comprender. Sin embargo, supiste ubicarte siempre con la seguridad que te daba la esperanza de estar en las manos de Dios.
Te ruego, oh san José, de consolar hoy a todos los que están afligidos por cualquier causa. Llena sus días de personas amigas y desinteresadas.



SAN JOSÉ BENDITO

San José bendito tú has sido el árbol elegido por Dios no para dar fruto, sino para dar sombra. Sombra protectora de María, tu esposa; sombra de Jesús, que te llamó Padre y al que te entregaste del todo. Tu vida, tejida de trabajo y de silencio, me enseña a ser fiel en todas las situaciones; me enseña, sobre todo, a esperar en la oscuridad. Siete dolores y siete gozos resumen tu existencia: fueron los gozos de Cristo y María, expresión de tu donación sin límites. Que tu ejemplo de hombre justo y bueno me acompañe en todo momento para saber florecer allí donde la voluntad de Dios me ha plantado. Amén.

Empeño de San José por conocer a Jesucristo. 
No me he preciado de saber otra cosa entre vosotros sino a Jesucristo, y este crucificado.
I Cor. 11, 2.
Desconocer a Jesucristo es ignorar toda la religión, que está fundada en la relación íntima y esencial que todo cristiano debe tener con Él, pues que, recibiendo el bautismo —dice San Pablo—somos revestidos al mismo tiempo de Jesucristo.

El Salvador mismo dice que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Sin el Camino no se puede andar bien, sin la Verdad no puede haber conocimiento, y sin la Vida no se puede vivir. Jesucristo es el Camino seguro, la Verdad que no engaña y la Vida que no tendrá fin. Por Él vamos al Padre y llegamos a la vida eterna: Haec est vita eterna, ut cognoscant te Deum verum, et quem misisti Jesum Christum (Juan, XVII, 3).

No podemos progresar en el amor de Dios sino en proporción al conocimiento y amor que tengamos a Jesucristo, pues que El mismo nos lo dice: el Padre mide el amor que le tenemos por la medida del que nosotros tenemos por Él: Qui diligit me, diligetur a Patre. San Ambrosio nos asegura que trabaja inútilmente por conquistar la virtud el que olvida que no puede adquirirse si no es estudiando a Jesucristo. Llegar a conocer a Jesucristo —dice el Espíritu Santo— es la perfección más alta y la más eximia: Scire et nosse te, consummata iustitia est (Sab. XV, 3).

El conocimiento de Jesucristo es tan excelente, que Dios mismo no sabría en su mente infinita poseer uno más digno. San José llegó a una perfección tan sublime, porque pasó la mayor parte de su vida ocupado en estudiar y conocer a Jesucristo. Desde el momento que lo vio nacer en Belén, hasta el último suspiro de su vida, ese padre ternísimo no perdió de vista un solo momento a aquel que quería pasar por hijo suyo delante de los hombres. Su espíritu y su corazón estaban de continuo ocupados en esto. Sabía que el Salvador se había hecho Hombre para ser nuestro modelo, y se consideraba muy afortunado de tener constantemente ante sus ojos sus divinos ejemplos, de conversar con Él frecuente y familiarmente, de ser testigo de su conducta y objeto de su cariño. Su espíritu vivía en una ininterrumpida contemplación aun durante el trabajo, y su corazón estaba inflamado del más puro amor.

José prestaba atención a todos los movimientos y a todas las palabras de Jesús, y las conservaba y las meditaba secretamente en su corazón. El mismo interés tenía por cuanto María le decía de su divino Hijo, objeto habitual de sus conversaciones más íntimas; escuchaba con el mayor recogimiento cuanto decían de Él las personas inspiradas por el Espíritu Santo, como Isabel, el anciano Simeón y otras, y esculpía profundamente en su alma todo cuanto tenía relación con Jesús.

Para imitar a San José, nuestro principal empeño ha de ser el de estudiar y conocer a Jesucristo, no superficialmente y al vuelo, sino con toda la atención de que somos capaces con la gracia. Nunca meditaremos suficientemente sobre tan excelso argumento. Adentrándonos en él, descubriremos siempre algo nuevo, y cuanta más luz consigamos, encontraremos nuevos tesoros. Todo otro estudio, toda otra ocupación que nos alejen de estos, son inútiles y peligrosos. Los demás estudios de nada nos servirán para la eternidad, si no son mandados, dirigidos y santificados hacia este fin. «Todo me parece pérdida —dice San Pablo— fuera del conocimiento de Jesucristo».

Pero no nos debemos contentar con estudiar a Cristo exteriormente. Aun cuando conociéramos las más íntimas particularidades de su vida, todo lo que dijo e hizo en el curso de los años que pasó en la casa de Nazaret con María y con José, si no conocemos el espíritu que animó sus palabras, todos y cada uno de sus padecimientos y todas y cada una de sus acciones, no tendremos la ciencia de Jesucristo. Pocos son los cristianos que saben lo que Jesucristo hizo por nosotros y lo que es por sí mismo: la mayor parte se contentan con lo que alcanzan a ver exteriormente en ese Hombre-Dios, sin preocuparse de estudiar a fondo su alma y el principio interior de sus maravillosas virtudes: Unus Dominus Jesus Christus, per quem omnia, et nos per ipsum, sed non in ómnibus est scientia. ¿Cuántas son las personas que, al meditar o contemplar el nacimiento del Salvador, no van más allá de lo que se ofrece ante sus ojos: el estado humilde y penoso en que nació, el pesebre, los pobres lienzos en que fue envuelto, y se conmueven ante las lágrimas y vagidos de aquel pequeño Niño?

San José no se detenía en la parte exterior de este misterio: penetraba en lo más hondo del mismo, y pensaba que este Niño que así había querido nacer, era el Unigénito de Dios, el Rey del cielo y de la tierra, a quien se debe todo honor, toda gloria y toda riqueza; que así había venido al mundo por su propia voluntad, a fin de honrar a su Padre celestial con su propio abajamiento, y darnos la paz con el entero don de sí mismo, y que mientras lloraba y gemía como un niño común, era la sabiduría eterna, la fuerza, la omnipotencia, y se ofrecía al eterno Padre pronto a cualquier sacrificio.

Y más aún, pues estas consideraciones no son suficientes, sino que aplicándose este misterio de amor, se decía: «Es por mí que Jesús quiso nacer así, para enseñarme a despreciar las riquezas; a estimar la pobreza, las penas y las humillaciones, que son su secuela; para iniciarme en la escuela del anonadamiento de mí mismo, en esa vida interior de la que me ofrece desde su nacimiento tan perfecto modelo. ¿Qué semejanza hallo entre mis disposiciones actuales y las de este Niño; entre mis penas, mis pensamientos, mis afectos y los suyos? ¿Qué debo hacer para volverme semejante a Él?..

Así estudiaba San José los misterios de la vida de Jesús, meditaba sus divinas palabras y sus menores acciones; y así también debemos hacer nosotros, si queremos ser almas verdaderamente interiores, aplicándolo a nosotros mismos y sintiendo en nosotros —como nos exhorta San Pablo— los sentimientos que tenía Jesucristo; revistiéndonos de Jesucristo; pensando y obrando

como Él, con los mismos principios y por el mismo fin, para asemejarnos a Él en todo. ¿Y no es este, acaso, el objeto del Evangelio, de las Epístolas de los Apóstoles, y particularmente de las de San Pablo? ¿Puede haber piedad verdadera más grata a Dios, más útil a nuestra alma, pues que la vida interior no tiene otro fin que la contemplación afectuosa y la imitación de Jesucristo?. . . «¿A quién iremos nosotros, Señor? —debemos decir con San Pedro—. Tú solo tienes palabras de vida eterna».

¿No nos ha dicho Nuestro Señor Jesucristo: Ninguno va al Padre sino por Mí?… Ahora bien; si no se conoce a Dios Padre sino por cuanto se conoce a Jesucristo, así también no puede ser conocido para ser amado sino en cuanto se conoce su Corazón, es decir, cuánto hay en Él de más interior. ¿No es, pues, evidente que el conocimiento del Corazón de Jesús supera el conocimiento y la práctica de la vida interior y la encierra toda entera?. . .

Si queréis, oh almas piadosas, penetrar como San José en aquel santuario augusto, entregad vuestro corazón a Jesús; abandonadlo a su inspiración y a su gracia, y Él os descubrirá todos sus secretos, os comunicará el amor de que está inflamado, y con el amor os dará todas las virtudes que forman su cortejo. Con la entrega del propio corazón se conquista el corazón de un amigo: Jesús os ha dado el suyo, y por lo tanto tiene derecho al vuestro. Si se lo rehusáis, perderéis el derecho que tenéis sobre el suyo, y ya no tendréis libre acceso a Él.

Esta feliz disposición de estudiar las virtudes de Cristo, de conocer sus perfecciones, de meditar todas sus acciones y palabras, es una de las señales de predestinación más ciertas que podamos tener en este mundo. El Espíritu Santo, después de haber dicho que el conocimiento de Jesucristo es la justicia más perfecta, agrega estas notables palabras: «Este conocimiento es una señal de inmortalidad». Radix immortalitatis; es decir, señal de predestinación; y esto es lo que hacía decir a San Pablo que «no tienen que temer la condenación los que están en Cristo: Nihil damnationis est us qui sunt in Chisto Jesu» (Rom. VIII, 8).

En la meditación de las epístolas de San Pablo podremos beber las más sublimes ideas que puedan tenerse de Jesucristo.

Puede decirse que cada página de ese santo libro está dedicada a la continua repetición del adorable nombre del Salvador; y es verdad que ese grande Apóstol se gloriaba con razón de haber recibido del cielo el don admirable de anunciar a todos los pueblos las incomprensibles riquezas encerradas en la persona de Jesucristo: Mihi data est gratia evangelizare in gentibus investigabiles divitias Christi (Efes. III, 8).

Si queremos ser interiores, debemos crecer cada día —según la recomendación de San Pedro— en el amor y el conocimiento de Jesucristo: Crescite in gratia et in cognitione Domini nostri et Salvatoris Jesu Christi. Es un estudio consolador, que derrama una unción divina en nuestras almas, y le inspira insensiblemente un amor tan tierno y reverente hacia este amable Salvador, que cualquier cosa que aleje de nuestro espíritu el recuerdo de su adorable Persona, nos resultará insípida e importuna. «No he hecho profesión —dice San Pablo— de saber otra cosa fuera de Jesús, y Jesús Crucificado». Y por eso desea vivamente «que Jesucristo permanezca en nosotros y esté siempre presente por una fe viva y afectuosa».

MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL

Que nuestra principal preocupación sea estudiar y meditar a Jesucristo (Imitación de Cristo).

En Jesucristo tenemos todas las cosas, y Jesucristo es todo para nosotros (San Ambrosio).

El desear sufrir y ser crucificado es muy fácil; pero la práctica es difícil y amarga (De Berniéres).

AFECTOS

¡Oh, bienaventurado José, qué felicidad sería la mía, si como vos, supiera dejar de lado tantas curiosidades frívolas e inútiles, para, a vuestro ejemplo, ocuparme únicamente en estudiar a Jesús, y este crucificado!…

¡Oh, serafín de amor, glorioso Patriarca! Vos sois admirable en todas las virtudes, pero me place especialmente admirar vuestra íntima unión con Jesús. ¡Afortunadas vuestras manos, que cargaron al Dios de majestad y que no trabajaron sino por El! ¡Felices vuestros ojos, que no cesaron de contemplarle! ¡Pero todavía más bienaventurado vuestro corazón virginal, que le amó siempre, y no amó jamás a nadie más que a Él!.. .

PRACTICA

Tener en el cuarto una estatua o imagen de San José con el Niño en brazos.


Día 24- Amor de San José al silencio


Custodio de la virginidad.

Como esposo de la Madre de Dios cuidaste con amor casto su virginidad respondiendo así al proyecto de Dios.
Haz, oh san José, que yo viva con responsabilidad mi vocación específica, educando y fomentando mi capacidad de amar.


INVOCACION A SAN JOSE

"San José, guardián de Jesús y casto esposo de María,
tu empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber,
tu mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.
Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti.
Tu conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Se dirigen a ti porque saben que tu los comprendes y proteges.
Tu también conociste pruebas, cansancio y trabajos.
Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida,
tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de verdadera alegría
por el íntimo trato que goza con el Hijo de Dios,
el cual te fue confiado a ti a la vez que a María, su tierna Madre.
Amén." -- Juan XXIII


Amor de San José al silencio.

Vuestra fortaleza estará en la quietud y en la esperanza.
Isaías, XXX, 15.


El silencio es uno de los medios más eficaces para progresar en la vida interior. Cuando se edificaba el templo de Jerusalén, no se oían golpes de martillo, ni de ningún otro instrumento, porque el templo de Dios debía ser levantado en silencio. Del mismo modo, cuando un alma no se disipa por fuera con palabras, y se mantiene recogida y fiel a las inspiraciones de la gracia, el templo de su perfección se levanta sin dificultad en su interior.

El silencio facilita la presencia de Dios, dispone a la oración, nutre los sentimientos de piedad, aviva los ardores de la caridad, insta a la práctica de la humildad; en una palabra, levanta el alma hasta Dios, que por boca del Profeta dice que conducirá el alma a la soledad, le hablará al corazón, y conversará familiarmente con ella.

Si San José elevó a tanta altura el edificio de su perfección, fue porque siempre vivió en una gran soledad interior, sin detenerse en nada caduco que pudiera distraerlo o turbarlo.

Dulce reposo, poco conocido por aquellos que, viviendo en la agitación y en el tumulto, no pueden oír la voz que llega hasta nosotros —dice el Espíritu Santo— como un dulce céfiro, del que no percibimos el soplo, pero cuyo efecto sí sentimos. ¡Silencio sagrado, durante el cual no se habla sino con Dios, y no se escucha a nadie sino a Dios!…

San José es el modelo por excelencia de esta vida silenciosa y recogida, en la cual el alma interior, alejada de todas las criaturas, descansa únicamente en Dios, que se preocupa hasta de la cosa más insignificante.

«Jesús es revelado a los Apóstoles, y es también revelado a José, pero en condiciones muy diversas», dice BossuetEs revelado a los Apóstoles para que le anuncien a todo el mundo, es revelado a José para que calle y le esconda. Los Apóstoles son como otros tantos faros que muestran a Jesucristo al mundo; José es un velo para cubrirle; y bajo este misterioso velo se esconde la virginidad de María y la grandeza del Salvador del mundo.

Leemos en la Sagrada Escritura que cuando se quería despreciar a Jesús, se le decía: «¿Y no es este el hijo de José?» Jesús, en manos de los Apóstoles, es una palabra que debe predicarse:  «Predicad la palabra de este Evangelio». En las manos de José es el Verbo escondido y no es permitido descubrirle.

Los Apóstoles predican tan altamente el Evangelio, que el sonido de su predicación llega hasta el cielo, por lo que con toda razón ha escrito San Pablo que los consejos de la divina Sabiduría llegaron al conocimiento de las potencias de la Iglesia por ministerio de los predicadores: Per Ecclesiam. José, por el contrario, oyendo hablar de las maravillas de Jesucristo, escucha, admira y calla. Aquel a quien glorifican los Apóstoles con el honor de la predicación, es glorificado también por José con el humilde silencio, para enseñarnos que la gloria de los cristianos no consiste en los oficios brillantes, sino en hacer lo que Dios quiere.

Si no todos pueden tener el honor de predicar a Jesucristo, todos pueden tener el honor de obedecerle, y esta es, precisamente la gloria de San José, y es este el sólido honor del cristianismo. José no hizo nada a los ojos de los hombres, porque todo lo hizo a los ojos de Dios. El veía a Jesucristo, y callaba; sentía los admirables efectos de su presencia, y no hablaba de ellos. Dios solo le bastaba; no pretendía dividir su gloria con los hombres; seguía su vocación, porque así como los Apóstoles son ministros de Jesucristo públicamente, él era el compañero y el ministro de su vida escondida.

En efecto, vemos que José, aun cuando perfectamente instruido en los misterios de Dios, no se dedicó a comunicar a otros la sabiduría de la cual estaba colmado, ni los secretos divinos que le habían sido confiados. ¿Y qué no habría podido decir de su casta esposa y de su amado Hijo, cuando tantas razones tenía en su favor que justificaran alguna discreta confidencia? ¿Qué lengua tan cauta y modesta no se hubiera hecho escrúpulo de callar y deber de hablar?.. . Deber de caridad hacia tantas almas fervorosas que languidecían y suspiraban esperando a su libertador; deber especialmente hacia su grande esposa desconocida entre los suyos y puesta en el trance de dar a luz al Unigénito de Dios en un pesebre miserable, expuesta a los rigores de la estación… El corazón de José sufría las humillaciones de María y de Jesús, pero ninguna razón lo movía a violar el secreto de que era depositario.

Escucha en silencio a los Magos y a los pastores que vienen a adorar al Salvador, y hablan de las maravillas que acompañaron su nacimiento. Y ¡cuántas otras cosas admirables podía haber dicho de las que le fueron reveladas por el ángel, acerca de la grandeza futura de aquel Niño divino!… Pero él prefiere darnos el ejemplo de la humilde discreción que debemos observar aun en los trasportes de la más justa alegría. El silencio es el sello de la santidad del alma; si se rompe, con frecuencia aquella se evapora.

Óptima lección para las almas a las que Dios concede gracias extraordinarias, pues conviene que estas observen silencio sobre cuánto les sucede, no permitiendo que trascienda en absoluto, ni llegue a conocimiento de quienes no corresponda. A veces parecerá que es gloria para Dios hablar de los favores que Él hace a un alma; pero ¡qué fácil es que bajo esta apariencia de celo se esconda la soberbia!… Si os proponéis, pues, sinceramente la gloria de Dios, comenzad por desear las humillaciones, y alegraros y complaceros en ellas, como San José: con estas disposiciones glorificaréis a Dios, indudablemente.

Veis cómo San José recibe de buen grado los avisos del justo Simeón; cómo no desdeña ser instruido por el santo anciano respecto del porvenir de Jesús; cómo acoge las palabras del buen anciano, pareciendo que ignorara completamente todo lo que ya sabía, porque estaba lleno de espíritu divino y de gracia. No se apresura a narrar las maravillas que el mensajero celeste le había anunciado de parte de Dios; y como si el cántico de Simeón le hubiera descubierto misterios por él ignorados, escucha sus frases —dice el Evangelio— con una admiración llena de respeto y maravilla: «El padre y la madre del Niño se maravillaban de lo que se decía de Él».

Ahora bien; nada más raro, aun entre las personas piadosas, que esa sabia y modesta prudencia que inclina a callar los propios dones y a manifestar los de los demás. Con frecuencia pagados de sí mismos por alguna débil luz que creen haber hallado en alguna lectura un poco más sublime que las comunes, quieren instruir sin conocimiento, regularlo todo sin estar llamados a ello, decidirlo todo sin tener autoridad para hacerlo.

Las grandes cosas que Dios hace en el alma de las criaturas, operan naturalmente el silencio, y ese no sé qué de divino que la palabra humana es incapaz de expresar. En esta forma se aprende a guardar en silencio el secreto de Dios, siempre que El mismo no nos obligue a hablar. Las ventajas humanas no valen nada, si no son conocidas y si el mundo no las aprecia; los dones de Dios tienen por sí mismos un valor inestimable, que no puede sentirse sino entre Dios y el alma.

Si San José es tan fiel en tener escondida la grandeza anonadada del Hijo de Dios, ¡cuánto más aún en dejar sepultados en el más profundo silencio los favores inestimables de los que estaba colmado!… Nada prueba mejor la humildad de José, como el modesto silencio que observó constantemente: el Evangelio no nos trasmite una sola de sus palabras. Esto, que podría significar una pérdida para nosotros, está ventajosamente reparado por el ejemplo de su humilde discreción. El saber observar el silencio es una cosa tan preciosa y rara, que hizo decir a un pagano: «Los hombres nos enseñan a hablar, pero sólo los dioses pueden enseñarnos a callar».

Aprovechad, oh almas piadosas, el ejemplo de San José. Si queréis hacer rápidos progresos en la vida interior, si queréis ser humildes y conversar familiarmente con Dios, si queréis tener  tan sólo pensamientos santos y sentir siempre la inspiración del cielo, observad el silencio y manteneos en el recogimiento, como José, el cual nunca estaba menos solo que cuando estaba solo. No es siempre fácil en el mundo tener horas señaladas para el silencio, porque cuando menos se piensa, se presenta la ocasión de hablar; pero se observa el silencio si no se habla sino sólo cuando es necesario; cuando sin afectar un silencio fuera de lugar, más bien que hablar se escucha a los demás; cuando hablando se tiene el cuidado de no abandonarse a una natural vivacidad, y de mantenerse en una cierta reserva que inspira el espíritu de Dios. No temáis, almas piadosas; no temáis nunca de no ser bastante solitarias, pues tendréis soledad y silencio cuando sea necesario, si no hablaréis nunca sino cuando el deber o la conveniencia lo exijan. Cuando se eviten las disipaciones voluntarias, las curiosidades, las palabras inútiles, sólo entonces podrá decirse que vivimos recogidos.

Tened cuidado, oh almas interiores. Si no queréis perder el mérito de las adversidades que Dios os manda, soportadlas en silencio, a imitación de San José, el cual sufrió sin lamentarse las humillaciones, aun las más penosas a la naturaleza. Las almas generosas quieren sólo a Dios como testimonio de sus penas; y no queriendo a otro más que a Él por espectador, están ciertas de tenerlo como consolador.

Así como el silencio exterior es tan necesario y ventajoso para nuestra perfección, el silencio interior lo es más aún; porque sin este, el primero pierde en gran parte su virtud. «Quien desea servir a Dios —dice la Imitación de Cristo—, debe amar la soledad interior, pues sin esta, la soledad exterior se convierte en multitud».

El silencio interior es uno de los más nobles ejercicios de esta vida sublime, que conduce a una gran unión con Dios. El Espíritu Santo no encuentra sus delicias sino en los corazones pacíficos y tranquilos, y no permanece en un alma agitada o frecuentemente turbada por el rumor de las pasiones y la conmoción de los afectos. No habita en un alma disipada, distraída, que gusta de expandirse al exterior con conversaciones inútiles.

El silencio interior calma las imaginaciones vanas, inquietas y volubles; hace callar y suprime una multitud de pensamientos que agitan y disipan el alma. En fin, el silencio consiste más bien en el recogimiento interior que en el alejarse de los hombres, pues esto solo no es capaz de darnos la paz del alma. Las distracciones que son propias y personales de las potencias sobre las que Dios quiere trabajar, distraen mucho más que las cosas exteriores que hieren el oído. Se puede ser muy recogido y vivamente penetrado de Dios aun entre el tumulto de las criaturas —así San José gozaba de una gran paz interior entre las agitaciones y desórdenes de Egipto—; pero es imposible estar recogidos entre la multitud de pensamientos y entre el agitarse de las pasiones.

Para oír la voz de Dios, que no habla sino en la calma, es menester una gran atención, por la que el oído esté incesantemente a las puertas del corazón; porque Dios habla al corazón: Audi, filia, et vide, et inclina, aurem tuam. Esta atención no es una aplicación penosa, sino un silencio tranquilo y deleitoso. Siempre escondida dentro de sí misma, siempre unida a Dios, atenta a sus palabras, fiel a sus inspiraciones, el alma interior goza de una paz continua e inestimable, cuya dulzura no sabe expresar: Pax Dei, quae exsuperat omnem sensuum. Siempre guiada por el Espíritu divino, que no cesa de inspirarla cuando la gracia es correspondida, sus deseos son justos y moderados; las acciones, reguladas y santas; las pasiones, sometidas; los modos, graves; las palabras, sabias; las intenciones, puras; en una palabra, su vida es toda divina. No es ella quien vive, sino Cristo quien vive en ella.

Elevada hasta Dios, es semejante en pureza a los ángeles de paz, no anhelando el cielo sino por amor, y permaneciendo unida a la tierra tan sólo por necesidad: colocada así entre uno y otra, esta alma ve pasar a las criaturas, y ser trasportadas del tiempo a la eternidad. Es siempre igual a sí misma, porque todo es igual para ella, y está convencida de que todo es nada. Entre las vicisitudes de las cosas creadas goza de una calma deliciosa, que es como un anticipo de la visión beatífica.

MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL

Si sois fieles en callar cuando no es necesario que habléis, Dios os concederá la gracia de que no os disipéis cuando tengáis que hablar por verdadera necesidad (Fenelón).

Las inspiraciones de Dios obran en el alma con poco rumor: un alma muy ocupada exteriormente no podrá oír la palabra interior, y la dejará pasar sin que produzca ningún efecto (P. Httby).

Para tener a Dios presente en todo momento, es necesario separarse de las criaturas, no sólo exteriormente, sino también en el interior; es decir, tener en sí una soledad en la que el alma permanezca siempre encerrada (Máximas espirituales)

AFECTOS

Oh bienaventurado Padre mío, siervo fiel y prudente, vuestra vida silenciosa y recogida habla elocuentemente a mi corazón. ¡Qué saludables remordimientos me produce —por el abuso que hice de mi lengua— esa admirable discreción que os hizo observar el silencio, cuando a mí, en idénticas circunstancias, mil razones sutiles me habrían persuadido de que debía decirlo todo y revelarlo todo!… Quiero de ahora en adelante aprender de vos a callar.

Dignaos, oh Verbo encarnado, recibir en expiación de mis pecados de lengua, los méritos tan preciosos del silencio de San José. Que de ahora en adelante mi boca no se abra más que para bendeciros a Vos y edificar al prójimo. Así sea.

PRACTICA

Hacer de modo de encontrar en el día un momento para recogeros y observar el silencio en unión con San José.