En Occidente el nombre del padre adoptivo de Nuestro Señor (Nutritor Domini) aparece en algunos martirologios locales de los siglos noveno y décimo, y encontramos en 1129, por primera vez, una iglesia dedicada en su honor en Bologna. Su devoción, por entonces solamente privada, como aparentaba ser, cobró un gran ímpetu debido a la influencia y al celo de santos de la talla de San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudis (muerta en 1310), y Santa Brígida de Suecia (muerta en 1373).
De acuerdo con Benedicto XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11; xx, n. 17), "la opinión generalizada de lo aprendido es que los Padres Carmelitas fueron los primeros en importar desde Oriente hacia Occidente la loable práctica de tributarle un completo culto a San José”. Su fiesta, introducida hasta el fin poco tiempo después, en el calendario dominico, fue ganando paulatinamente una posición segura en numerosas diócesis de Europa Occidental. Entre los más celosos promotores de la devoción en dicha época, San Vicente Ferrer (muerto en 1419), Pedro d'Ailly (m. en 1420), San Bernardino de Siena (m. en 1444), y Jehan Charlier Gerson (m. en 1429), merece una especial mención Gerson, quien, en 1400, compuso un Oficio de los Esponsales de José particularmente en el Concilio de Constanza (1414), como medio de promocionar el reconocimiento público del culto de San José.
Recién bajo el pontificado de Sixto IV (1471-84), los esfuerzos de dichos benditos hombres fueron recompensados por el calendario romano (19 de Marzo), en el cual fue incluida, en 1476, por mandato de dicho papa la fiesta en honor del santo patriarca que aún hoy se celebra. Desde aquel entonces la devoción adquirió cada vez mayor popularidad, y la dignidad de la fiesta fue guardando relación con su firme crecimiento. Primeramente sólo fue una festum simplex, y fue prontamente elevada a un doble rito por Inocencio VIII (1484-92), declarada por Gregorio XV, en 1621, como una fiesta obligatoria, a instancias de los emperadores Fernando III y Leopoldo I y del rey Carlos II de España, y fue elevada al rango de fiesta doble de la segunda clase por Clemente XI (1700-21).
Además, Benedicto XIII (Orsini), en 1726, agregó el nombre de San José en la Letanía de los Santos. Una festividad en el año, sin embargo, no fue considerada suficiente para satisfacer la piedad popular. La Fiesta de los Esponsales de la Santísima Virgen y San José –tan vigorosamente propugnada por Gerson, y concedida por Paulo III a los Franciscanos, y después a otras órdenes religiosas y diócesis individuales– fue, en 1725, concedida a todos los países que la solicitasen. Un apropiado Oficio, compilado por el dominico Pierto Aurato, fue asignado, y el día fijado en el 23 de Enero. Esto no fue todo: la reformada Orden Carmelita Descalza, en la cual Santa Teresa infundió su gran devoción hacia el padre adoptivo de Jesús, lo eligió, en 1621, como su patrono, y en 1689, les fue permitido celebrar la fiesta de su Patrocinio en el tercer Domingo después de Pascua.
Esta fiesta, pronto, adoptada a lo largo de todo el Reino de España, fue posteriormente extendida a todos los estados y diócesis que solicitasen el privilegio. Ninguna otra devoción, tal vez, haya crecido tan universalmente como esta, así como tampoco ninguna otra pareció haber atraído con tanta fuerza a los corazones de los cristianos, y particularmente de las clases obreras, durante el siglo diecinueve, como ésta de San José. Este maravilloso y sin precedentes incremento de la popularidad ha sido otro nuevo galardón para ser adosado al culto del santo.
Complementariamente, uno de los primeros actos del pontificado de Pío IX (siendo él mismo particularmente devoto de San José) fue hacer extensiva a toda la Iglesia la fiesta del Patrocinio (1847). En diciembre de 1870, de acuerdo con los deseos de los obispos y de toda la feligresía, el papa Mastai declaró solemnemente al Santo Patriarca José, como Patrono de la Iglesia universal, y resolvió que su fiesta (19 de Marzo) debería de allí en adelante ser celebrada como una doble de la primera clase (pero sin octava, a causa de la Cuaresma). Siguiendo los pasos de sus predecesores, Leon XIII y san Pío X exhibieron un similar deseo de agregar sus propias joyas a la corona de San José: el primero, permitiendo en ciertos días la lectura del oficio votivo del santo, y el segundo aprobando, el 18 de Marzo de 1909, una letanía en honor de aquel cuyo nombre él recibió en su bautismo (Giuseppe Sarto).
Pero el paso más trascendental lo dio el beato Juan XXIII (que ya había publicado, el 19 de marzo de 1961, su carta apostólica Le Voci sobre el fomento de la devoción josefina): la introducción del nombre del Glorioso Patriarca nada menos que en el canon de la Misa (Communicantes), inmediatamente después de la mención de la Santísima Virgen. Conviene repasar la interesante historia de esta adición al Misal Romano. Al efecto, transcribimos los pasajes relativos del inapreciable libro del R.P. Ralph Wiltgen, S.V.D. The Rhine flows into the Tiber sobre el Concilio Vaticano II.