Día 11-Esperanza de San José

Hombre de la entrega
Tú, oh san José, no perdías tiempo en cosas vanas e inútiles y no obrabas con disgusto o mala gana.

Ayúdame, oh san José, a no ser flojo en mis responsabilidades, sino a dedicarme a mis quehaceres con la máxima entrega.


ALABANZAS

Oh glorioso Patriarca, San José, a Vos vengo para veneraros de corazón como al más fiel esposo de la madre de Dios, como cabeza de la familia más santa, como padre nutricio del Hijo de Dios, y como el leal depositario de los tesoros de la Santísima Trinidad.

En vuestra persona honro la elección del Padre que quiso compartir con Vos la autoridad sobre su Unigénito Hijo; venero la elección del Hijo divino quien quería obedeceros y recibir su sustento ganado por el trabajo de vuestras manos; la elección del Espíritu Santo, quien os confió su castísima esposa.

Os ensalzo porque habéis llevado en vuestras manos al Niño Dios, estrechándole a vuestro pecho, transportado de alegría.



Huida a Egipto
Señor, en Ti tengo puesta mi esperanza; no quede yo para siempre confundido
Salm. XXX, 2.

Por medio de la fe nos lleva Dios al conocimiento de su bondad y de sus promesas, con lo que nos inspira el deseo y la esperanza de llegar a poseerle. De manera que habiendo tenido San José la fe en grado eminente, tuvo por lo mismo una tan viva y firme confianza, que Dios, según la expresión del Profeta, la había confirmado en modo especial en la esperanza.

 Y a la verdad, si la confianza crece y se fortifica en proporción de las gracias que recibimos de la bondad divina; si el sólido fundamento de nuestra esperanza se asienta sobre los méritos infinitos de Jesucristo; si la devoción y el amor a la Santísima Virgen, y la certeza de ser protegidos por María, omnipotente ante Dios, son las fuentes de la más dulce esperanza, ¡cuál no debía ser la confianza de José, que tenía a Jesús en sus brazos y a María de continuo a su lado!. . .

Por lo cual vemos con qué esperanza admirable parte para Egipto, sin otra estrella por guía que la obediencia, sin otro viático que la voluntad divina, sin otro apoyo que una fe ciega en la Providencia.

Y por otra parte, ¿qué podía temer José? ¿No es María la dulce estrella que lo conducirá a través del espantoso desierto que debe cruzar? ¿Cómo podrá abandonarlo Aquel que le mandó huir? ¿No es Dios, Padre del Niño divino que lleva entre sus brazos? ¿No es el mismo Dios que, muchos siglos hace, ordenó a sus antepasados que cruzaran los mismos desiertos para librarse de la esclavitud de Faraón, cuya crueldad igualaba la de Herodes?. . .

José sabe que posee a Jesús, auxilio más poderoso que el Arca Santa que precedía a Israel, que la columna que lo guiaba y que el maná que lo alimentó en el desierto: Providebam Dominum in conspectu meo semper; quoniam a dextris est mei, ne commovear.

Todos estos bienes no eran sino una figura del Salvador que él estrechaba contra su pecho. Plenamente satisfecho con tal tesoro, pone toda su felicidad y su gloria en sufrir por Jesús, con Jesús y en compañía de Jesús. Considera cum quanta compassione in itineribus quae fecerunt, parvulum Jesum ex labore laessum, in suo gremio Joseph requiescere faciebat (San Bernardino de Sena).

Al escribir Isaías lo que sigue, aludía ciertamente a José: «He aquí que el Señor, traído sobre una nube ligera, entrará en Egipto»; y nuestro Santo Patriarca era esa nube que ocultaba los rayos del sol naciente.

Ese divino Sol de justicia, que en los cielos regula el curso de los astros y los oscurece con su esplendor, se halla sobre la tierra, envuelto en pobres pañales, en brazos de su padre adoptivo, que le lleva adonde él quiere.

 ¡Oh, sí! Cuando se tiene a Dios en el corazón, como José le lleva sobre su pecho, no se siente ninguna fatiga, ni andando por los caminos más difíciles.

¡Oh, alma fiel! Imita a San José: salva y conserva al divino Niño, a quien también ahora Herodes, esto es, el mundo y el demonio, persiguen y quieren hacer morir.

Cierra los oídos a sus sugestiones, no le oigas, toma al Niño y huye: Accipe puerum et fuge.

Llévale sobre tu corazón y tenle unido a ti con vínculos indisolubles. Así como lo hizo San José, vigila a su lado para que nunca se aleje de ti; estréchale entre tus brazos con humilde confianza en su bondad, y con un respetuoso temor de perderle; evita que todas las fuerzas del enemigo puedan arrebatártelo jamás: Tenui enim nec dimitíam.

Despiértate alguna vez en la noche, a ejemplo de Jesús y de María, para buscarle, servirle, conservarle, admirarle y amarle: Per noctes quaesivi quem diligit anima mea.

Si vives en el mundo, donde hay tantos peligros, tormentas y escollos, custodia siempre como a una perla preciosísima en medio de este mar, la pureza y la sencillez de la infancia cristiana: Accipe puerum.

Si te has alejado del mundo y vives en una casa religiosa, sé fiel y constante en resistir a las repugnancias, los fastidios y las tentaciones de que se vale el demonio para hacer morir al dulcísimo Salvador, que vive en tu alma con su santa gracia: Accipe puerum.

Finalmente, si estás adornado de hermosas cualidades y te hallas en una condición respetable, conserva diligentemente en tu alma la infancia, la humildad cristiana y el amor de ese santo Niño: Accipe puerum. Si tú lo conservas,

Él te conservará; si le tienes contigo, Él te guiará; pero si por tu infidelidad y negligencia tienes la desgracia de perderle, todo está perdido para ti, y podrás decir con más verdad que el antiguo patriarcá: ¿Qué será de mí, ahora que he perdido a ese querido Niño? Puer non comparet, et ego quo ibo?

A imitación de San José, no te obstines jamás contra las persecuciones y las violencias, porque son propias de espíritus apasionados e impetuosos, como el de Herodes; antes bien, cede humildemente: aléjate prudentemente por algún tiempo: Fuge in AEgiptum.

Pero volvamos a la Santa Familia, que seguiremos a través de los desiertos, conmovidos por sus padecimientos y admirados por su constante confianza en la divina providencia. «La estación es fría —dice San Buenaventura—, y para atravesar la Palestina, la Sagrada Familia debió tomar las calles más abandonadas. ¿Dónde se alojaría por la noche, y dónde durante el día habrá hallado descanso? ¿Y dónde y cómo habrá podido restaurar sus fuerzas?. . .»

 ¡Qué espectáculo conmovedor ofrecen, Dios mío, estos dos castos esposos fugitivos con un Niño pequeño!. . . Viendo a aquellos tres augustos personajes en tan lamentable condición, ¿quién no habrá pensado que eran pobres mendigos vagabundos?. . .

Imitemos a San José, obedezcamos con docilidad y amor a las leyes de la divina providencia, que nos manda la salud y las enfermedades, las riquezas y la pobreza, nos levanta y nos humilla como le place, y siempre para nuestro mayor bien. Humiliat et sublevat, deducit ad inferas et reducit.

Vayamos sin dilación al lugar, al país, al estado y oficio a que Dios le plazca llamarnos, llenando amorosamente y con fidelidad su adorable Voluntad, que se nos manifiesta por un ángel, es decir, por quien en su nombre nos dirige y nos guía: obedezcamos sin turbarnos, abandonándonos a la divina Providencia; otorguémosle todo el poder para disponer de nosotros; comportémonos como sus verdaderos hijos; veamos de seguirla como a nuestra propia madre; confiemos en ella en todas nuestras necesidades; esperemos sin inquietarnos el remedio de su caridad; dejémosla hacer, y nos proveerá en el tiempo y modo que más nos convenga.

La Providencia vigila tan atentamente sobre todo lo que a nosotros respecta, hasta no permitir que caiga un solo cabello de nuestra cabeza sin orden suya. Dios tiene sus razones en todo lo que ordena, aun cuando no podamos conocerlas ni penetrarlas.

Escuchemos, adoremos, obedezcamos; es nuestro deber, y además redunda en nuestro provecho.

Qué es lo que más nos conviene, lo ignoramos; pero nuestro Padre celestial lo sabe todo, todo lo puede, y nos ama tiernamente; dejémosle, pues, toda libertad para obrar; El ve nuestra verdadera conveniencia. Aun en las cosas que nosotros creemos perjudiciales, nos abandonamos en las manos de un padre que nos ama tiernamente, ¿y dudaremos de Dios, que es el mejor de todos los padres? Nemo tam Pater. ¿Y vacilaremos en creer que todo lo que Él ordena es para nuestro bien, en el tiempo y en la eternidad?…

Agrada tanto a Dios la plena confianza en su bondad, que, supuesto el caso de que pudiera ser indiferente a todo lo que respecta a los hombres en general, por el solo hecho de abandonarnos en sus manos le obligaríamos a preocuparse por nosotros.

Un hombre como nosotros se creería obligado a ayudar a quien se confiara a su bondad. ¿Cuál no será, por lo tanto, la solicitud de Dios para con un alma que confía plenamente en su Providencia? . . . Esta vigila minuciosamente sobre las cosas que le atañen, e inspira a quienes la gobiernan, todo lo que es menester para dirigirla bien; en tal manera, que si aquellos quisieran por cualquier razón disponer de esa alma en una forma que le fuera nociva, Dios haría surgir, por caminos insospechados, miles de obstáculos a esos designios, y los obligaría a atenerse a lo que conviene para esa alma.

He aquí como Dios vela por la conservación de los que ama: si la Escritura atribuye ojos a este Dios de bondad, es para significar que vigila; si le atribuye oídos, es para significar que escucha; si manos, porque defiende a quien osa tocar a sus protegidos, a quienes ama como a la niña de sus ojos.

 «Os llevaré en mis brazos —dice Dios por el profeta Isaías—; os estrecharé contra mi pecho; os acariciaré sobre mis rodillas, como una madre acaricia a su hijo; he aquí cómo os consolaré.»

Dejemos obrar a esta Sabiduría eterna, que conoce el presente y prevé lo que ha de ser; a este poder que lo hace todo en la medida de su querer.

Se desvanecerían todas nuestras inquietudes, si creyéramos esta única verdad: que todo acontecimiento, con toda la secuela de sus consecuencias, está en las manos de Dios, que nos ama tiernamente.

¡Qué felicidad para un alma piadosa, poder unirse como José a esta divina providencia, que ordena y gobierna todas las cosas; querer cuanto ella quiere y nada más, y por lo mismo, estar seguros de tener siempre sólo lo que ella desea!

 ¡Qué sublimidad y qué calma! ¡Hacer siempre su voluntad, olvidarnos entera y santamente cuando somos olvidados; encontrarnos en Dios, porque por Dios nos habíamos olvidado de nosotros mismos!.

El alma que, a ejemplo de San José, se abandona a la divina providencia, como él reposa y se duerme tranquila entre sus brazos, como un niño en los de su madre; toma por divisa estas palabras de David:

«Dormiré y descansaré en paz, porque Vos, Señor, habéis afirmado mi esperanza en vuestra Providencia. . .“Dios me guía, por lo cual nada me faltará. Guiado por vuestras manos y bajo vuestra protección, caminaré entre las tinieblas de la muerte, entre mis enemigos, y no temeré mal alguno, porque Vos estáis conmigo. Vuestra misericordia me acompañará todos los días de mi vida, a fin de que yo pueda habitar en la casa del Señor por toda la eternidad» (Salm. XXII).


MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL
  • El corazón mejor cuidado es el que se abandona más en Dios (P. Huby).
  • Cualquier viento conduce al puerto, cuando es Dios quien lo dirige (P. Nepveti).
  • Dios piensa en cada uno de nosotros como si no hubiera otro en el mundo. Pensemos también nosotros sólo en Dios, como si no existiera otra cosa que Dios solo (P. Huby).



AFECTOS

Oh fidelísimo José, perfecto modelo de la confianza en Dios, ¡qué lejos estoy de los sentimientos de que estaba pleno vuestro corazón! Cada día llamo a Dios, Padre mío, y le digo que espero en El; pero ¡ay de mí, qué débil es mi confianza! La tentación más insignificante me lleva a la duda y al desaliento.

Oh amable protector mío, vos, a quien Jesús y María nada pueden rehusar, dignaos obtenerme esa resignación perfecta, que no piensa más que en amar y servir a Dios, dejándole el gobierno de todo lo demás; esa esperanza firme, esa esperanza amorosa que mueve el corazón de Dios y le obliga a socorrernos; esa esperanza, en fin, que después de habernos sostenido en las tentaciones de la vida, será nuestra más dulce consolación en la muerte. Así sea.



PRACTICA

Hacer una limosna en honor de San José, y hacerla más abundante a los pobres que, como él, llevan un niño en sus brazos.