Día 18-Jesús obedece a San José.

Ejemplo de justicia. El evangelio te definió hombre justo, querido san José. Lo cual para nosotros ahora significa ser persona que actúa para con Dios y los hombres con rectitud y honestidad.

Alcánzame, oh san José, la ayuda para mantener actitudes sanas en mis relaciones con Dios y los hombres.



VISITA A SAN JOSÉ

¡Oh castísimo esposo de la Virgen María, mi amantísimo protector San José! Todo el que implora vuestra protección experimenta vuestro consuelo. Sed, pues, Vos mi amparo y mi guía. Pedid al Señor por mí; libradme del pecado, socorredme en las tentaciones y apartadme del mal y del pecado. Consoladme en las enfermedades y aflicciones. 

Sean mis pensamientos, palabras y obras fiel trasunto de cuanto os pueda ser acepto y agradable para merecer dignamente vuestro amparo en la vida y en la hora de la muerte.
 Amén.

Jaculatoria.-¡Oh glorioso San José! Haced que sea constante en el bien; corregid mis faltas y alcanzadme el perdón de mis pecados.





Jesús obedece a San José.

Dios hace la voluntad de los que le temen.
 Salm. CXLIV, 19.

Hay cargos tan importantes en las casas de los reyes, que sólo son ejercidos por los príncipes de sangre real o por hombres de gran mérito, dignos de toda confianza: también en la casa de Dios hay oficios tan sublimes, empleos tan importantes, que no pueden ser ocupados más que por santos, superiores en méritos y en gracia a todos los demás hombres. Tal es la dignidad de María y de José. Ser la Madre de Dios es la primera de las dignidades; ser el padre adoptivo de Dios es la segunda.

Para ser la Madre del Hijo de Dios, es menester acercarse a la grandeza de Dios en cuanto le es posible a una criatura. Para ser el tutor, el jefe; en una palabra, para tener autoridad sobre el Rey del cielo y de la tierra, precisa tener una dignidad superior a la de los ángeles cuanto el Señor es superior a sus siervos.

Que los hombres ocupen el lugar de Dios al gobernar a los súbditos, es una gran cosa; pero que un hombre ocupe el lugar de Dios para gobernar a un Dios, es algo que sobrepasa a todas las grandezas. Que los Sumos Pontífices sean los Vicarios de Jesucristo, los depositarios, los dispensadores de sus tesoros, es cosa muy grande; pero que José sea el gobernador, el Custodio de Jesucristo, es maravilla incomparable.

San José tiene el lugar de Dios, y está revestido de su autoridad para gobernar a su propio Hijo, de manera que el Eterno Padre lo hace partícipe de su propia voluntad.

El poder soberano del Padre no comenzó sino con la Encarnación, antes de la cual el Verbo era igual al Padre. Es cierto que desde toda la eternidad le ha engendrado y le es en todo igual; le reconoce como a su Padre, pero no por su Soberano.

Este origen divino no indica el carácter de imperio por parte del Padre, ni dependencia por parte del Hijo. Pero cuando el Verbo se unió a nuestra naturaleza, entonces se hizo súbdito del Padre y le reconoció como a su Soberano y a su Dios, y se convirtió, por así decirlo, en súbdito y siervo de José, a quien el Padre Eterno hizo partícipe de la nueva autoridad que adquiría sobre su Hijo por el misterio de la Encarnación.

Después de esto, ¿podremos no creer que San José fuera, después de María, el más grande en dignidad entre todos los santos, cuando vemos a Dios confiarle el más divino de todos los oficios?.. .
«Los príncipes pueden engañarse a veces en su elección, pero es imposible que Dios elija a una persona indigna», dice Santo Tomás

En efecto, la elección de Dios es un acto de su voluntad omnipotente, que hace cuanto a Él le place; y cuando elige a uno para una misión, sabe hacerlo digno con su santa gracia.
¡Qué gloria, por lo tanto, significa para José el haber sido elegido para padre del Hijo único de Dios!. . .

Se confunde nuestro pensamiento al considerar que la Sabiduría infinita está sometida a una débil criatura, que el Hijo del Padre Eterno se pone bajo la dependencia de un pobre obrero. Es José quien hace de carpintero al gran Arquitecto del mundo, a Aquel que todo lo ha creado y todo lo conserva.

Toda la grandeza de los demás santos, durante su vida en este mundo, consistió en no tener más voluntad que la de Dios, y en haber hallado el secreto de reinar sirviendo a Dios; pero la de José es más admirable aún, pues se diría que Dios no tiene con él sino una misma voluntad.
 Toda la grandeza de los demás santos —dice San Agustín— consiste en haber vivido bajo Jesucristo; más la de José, en haber vivido por Jesucristo y sobre Jesucristo: Pro Christo et supra Christum; de haber sido destinado a asistir en esta tierra a la persona del Hijo de Dios y mandarle como señor.

Ventura inefable fue para vosotros, oh Apóstoles de Jesucristo, el haber sido elegidos para gobernar y dirigir la Iglesia, que es su cuerpo místico; pero ¿no es acaso gloria mayor la de San José, a quien se encargó de tomar bajo su cuidado su cuerpo natural y su santa humanidad?… Y para vosotros, ángeles del cielo, es una grande recompensa la de poder seguir al Cordero doquiera vaya; pero ¿puede compararse vuestro privilegio al de San José, el cual no sigue al Cordero de Dios, sino que le guía y le lleva adonde a él le place; conduce en sus brazos al que sostiene el universo, y da órdenes a Jesús, a cuyo solo nombre se arrodillan el cielo, la tierra y los abismos?. . .

Nos maravilla que Josué haya podido detener el sol, a pesar de que no fue el hombre quien mandó al astro, sino que Dios accedió a la oración de su criatura; pero aquí estamos ante un extraño trueque de autoridad y dependencia, pues es la criatura quien ordena al Creador, y es Dios quien recibe órdenes de un hombre: Oboediente Deo voci hominis. Una sola vez tuvo Josué el poder de parar el sol, mientras que José es el encargado de regular el Sol de justicia durante muchos años. Et erat subditus illis. Jesús obedecía verdaderamente tanto a María como a José; pero puede decirse que obedecía más a este, por cuanto era el jefe de la familia, y María misma, que mandaba a Jesús, obedecía también a su casto esposo.

Es José quien particularmente ordena y dirige todos los actos de Jesús; él es quien le oculta o le da a conocer, según lo exijan las circunstancias; es él quien descubre los rayos de ese Sol naciente, o bien le esconde apenas le descubren; y es él, en fin, quien señala a ese Niño divino el trabajo o empleo que le place, y eso durante treinta años, mientras que Jesús dedicó tan sólo tres años a los intereses de su Padre celestial.

Pero si la gloria del que ejerce autoridad sobre otros consiste, no tanto en poder dar órdenes, cuanto en verlas aceptadas con sumisión y ejecutadas con premura, fuerza es confesar que la gloria de San José no fue tanto la de mandar a Jesús, sino el ver a aquel Hijo adorable seguir fielmente sus menores indicaciones, con tanta sumisión como si hubiera sido incapaz de gobernarse por sí mismo. San Basilio escribe que el divino Salvador trabajaba todo el día, para obedecer a JoséSan Justino mártir asegura que el Verbo encarnado servía de ayudante en el taller de San José, cuanto las fuerzas de su humanidad podían soportar.

No obstante el homenaje que José rendía continuamente en su alma a la divina persona de Jesucristo, conservaba y ejercía externamente toda la autoridad que le había sido dada.

Le mandaba, pues, con toda la circunspección, con todos los miramientos, dulzura y humildad, pensando en la infinita distancia que había entre él y Jesús, y arrobado de admiración viendo a un Dios abajado hasta el punto de obedecer a una criatura.
Jesús obedecía por amor a Dios, su Padre, y le glorificaba con su sumisión. José mandaba a Jesús, porque ocupaba sobre la tierra el lugar de Dios, cuyos derechos ejercía sobre un Dios anonadado por su amor.
¡Qué virtud, qué muerte a sí mismo, qué sublimidad de gracia le eran necesarias para dar órdenes a Jesús en una forma digna de Él, y que mereciera la aprobación divina! ¡Qué admirable espectáculo a los ojos del Eterno Padre y de los espíritus celestiales!… La inteligencia humana se confunde, y no sabe qué pensar de tales cosas-,

¡Qué grande es San José cuando manda a Jesús como a Hijo!… No precisamente porque ese Hijo es Dios, sino porque dándole órdenes practica las virtudes más admirables; porque no le manda sino para obedecer él mismo con eso a la voluntad de Dios, pues nunca fue más humilde, ni más anonadado a sus propios ojos, que ejercitando semejante autoridad; porque seguía los movimientos de la gracia, y moría cada vez más a sí mismo ejerciendo esta autoridad que jamás consideró como propia, sino que siempre refería a Dios.

Pero dejemos estos razonamientos: admiremos e imitemos todo lo que nos sea posible. Dios merece que un Dios, para honrarle, se anonade hasta hacerse obediente a una criatura, que es nada delante de Él. Y yo, que soy esa nada, ¿sentiré repugnancia en obedecer a los hombres a quienes Dios reviste de su autoridad? ¿Qué orgullo podrá subsistir ante el ejemplo de Jesús, sabiendo que fue expresamente para nuestra lección que quiso dárnoslo?

Si Jesús me enseña a obedecer, San José me enseña a mandar; lección tal vez más difícil que la de la obediencia. Mandando, siempre que esté obligado a hacerlo, debo pensar que no tengo para ello más títulos que los que Dios me confiere; que el derecho que ejerzo es de Dios y no mío, y en consecuencia, es menester que lo ejerza con entera dependencia de la gracia, no dando oído a mi amor propio ni a mis caprichos.

Es necesario que lo ejercite con dulzura, con caridad, con las mayores atenciones y respeto a la delicadeza de mis inferiores; que lo haga, en fin, sin perjuicio de la humildad, que no debe perderse jamás de vista, y menos cuando se ejerce la autoridad.

Es mil veces más ventajoso obedecer que mandar, y no sabremos mandar nunca, si antes no hemos aprendido a obedecer: tanto para mandar como para obedecer, todas las virtudes nos son necesarias, pero particularmente lo son la dulzura y la humildad.



MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL

Nadie está seguro en los primeros puestos, si no sabe amar los últimos (Imitación de Cristo).

Es necesario tener una humildad noble y generosa, no hacer nada para obtener alabanzas, y omitir todo aquello que no merezca ser alabado (Santa Teresa de Jesús).

Nadie manda sin riesgo, sí no sabe obedecer (Imitación de Cristo).




AFECTOS

Bienaventurado José, elegido por Dios para el más sublime oficio a que puede ser llamado un pobre mortal, dignaos ofrecerme vos mismo a la Santísima Trinidad, con la que habéis tenido relaciones tan íntimas y tan gloriosas. 

Representante del Padre Eterno, depositario de su autoridad sobre su Hijo único, ofrecedle mi memoria, a fin de que la santifique con el continuo recuerdo de su presencia. 

Padre del Verbo encarnado, vos que le habéis nutrido y dirigido sobre la tierra, presentadle mi inteligencia, a fin de que la ilumine con su luz divina.

 Hombre según el Corazón de Dios, que habéis sido siempre fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo, presentadle mi voluntad, a fin de que la inflame en su santo amor. Así sea.



PRACTICA
Prepararse con una piadosa novena a las fiestas de San José.