Día 17-San José se gana la vida con el trabajo.


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Ejemplo de obediencia
Fue admirable tu obediencia en lo poco que los Evangelios nos revelan. Obedecer, casi a ciegas, a lo que las circunstancias iban indicándote como querer de Dios.

Aleja de mí, oh san José, todas las excusas que mi egoísmo y flojera me presionan para no cumplir la voluntad de Dios.

MODELO DE TRABAJADOR

Glorioso San José, modelo de cuanto deben trabajar con el sudor de su frente, conseguidme la gracia de considerar el trabajo como expiación, para satisfacer tantos pecados.

Hacedme trabajar en conciencia, prefiriendo el fiel cumplimiento de mis deberes a mis inclinaciones caprichosas; haced que trabaje con agradecimiento y alegría, poniendo todo mi empeño y honor en aprovechar y desarrollar, por medio del trabajo, todos los talentos que he recibido de Dios.

Mandadme trabajar con tranquilidad, moderación y paciencia sin que me atemoricen el cansancio y las dificultades. Inspiradme a menudo pensamientos en la muerte y en la cuenta que he de rendir del tiempo perdido, de los talentos malgastados, de las omisiones y de toda vana complacencia en éxitos obtenidos, tan contraria al honor de Dios.

¡Todo según vuestro ejemplo, oh Patriarca San José!




San José se gana la vida con el trabajo.

 Soy pobre y trabajo desde mi juventud.
Sal. LXXXll, 16.

No hay precepto en torno del cual se forjen más ilusiones en una cierta clase de la sociedad, que el que nos obliga a todos al trabajo. En él estamos incluidos todos, después del pecado de nuestro primer padre, condenado a comer el pan con el sudor de su frente. Si la necesidad de vivir no obliga a todos los hombres, necesidades de orden superior imponen su obligatoriedad: la de someterse al castigo que nos fue impuesto; la de obedecer a la Ley de Dios, que no admite excepciones; en fin, la de asemejarse a Jesús, a María y a José, si queremos ser del número de los predestinados.

Representémonos el interior de Nazaret. Un pobre artesano que trabaja desde la mañana hasta la noche, para proveer a las necesidades primordiales de su familia.

Una Esposa cuya perfección y méritos sólo Dios conoce, ocupada en cuanto hay de más ordinario en los trabajos domésticos

Un Niño en quien están encerrados todos los tesoros de la ciencia y la Sabiduría del Padre celestial, que ayuda primero a su Madre, y a medida que crece en edad y fuerzas, ayuda a su padre en los trabajos de su profesión: Nonne hic est faber? (Marc. VI, 3). ¡Qué espectáculo! ¡Qué tema para meditar!

Es un espectáculo digno de los ángeles, y si no estamos realmente conmovidos, es que nos falta la fe y no sabemos ver las cosas, como las ve Dios: Et respexit Deus humilitatem nostram, et laborem atque angustiam.

Meditemos atentamente la vida laboriosa de San José, muy a propósito para avergonzar nuestro orgullo y condenar nuestra delicadeza. Ante todo, ¿quién es este que así trabaja?… El heredero de David, descendiente de reyes y de los más ilustres patriarcas, el esposo de la Madre de Dios, de la Reina de los ángeles, el padre adoptivo del Verbo encamado, el depositario de los secretos y los designios de la adorable Trinidad, en cuyas manos se hallan los destinos del mundo, los más preciosos tesoros del cielo y de la tierra. ¿Con qué ojos se mira en el mundo la suerte de un obrero? ¿Qué piedad no inspira un hombre a quien un revés de fortuna le obliga a descender a tan baja condición? .

Trabajo de San José, trabajo asiduo, continuo, desde la juventud hasta la muerte, como los pobres que ganan cada día de su vida. Trabajo penoso, oscuro, humillante:
 Nonne hic est faber, fabri filius?.. . Trabajar la madera y el hierro; manejar toscas herramientas; estar sujeto al patrón que da la paga; volver a comenzar cada día los trabajos apenas interrumpidos por un frugal almuerzo hecho apresuradamente y por un breve sueño. . . In laboribus, in vigiliis, in ieiuniis.

Expuesto a todas las pobrezas de una condición despreciable a los ojos de los hombres, San José se consideraba feliz de encontrar a quien quisiera utilizar sus servicios: Vide humilitatem meam et laborem meum.
Tal es la condición de San José;  sea ello lo que fuere, lógicamente hemos de deducir que se cumple en su persona la palabra del real Profeta, uno de sus ilustres antepasados: «Yo soy pobre, y me dedico al trabajo desde mi juventud».

No dejemos pasar ejemplos tan saludables, sin sacar alguna práctica provechosa para nuestra conducta. Toda persona sólidamente piadosa, ama el trabajo, se lo impone como deber y aprovecha todos los momentos, huyendo con diligencia de la ociosidad.

El trabajo nos mantiene dentro de nosotros mismos; nos aleja de las divagaciones del espiritu. En el tiempo de las consolaciones impide que nos abandonemos, y en, el de la aridez es alimento del alma. En las tentaciones, y en las pruebas, una persona piadosa no podría sostenerse si no tuviera trabajo, pues entonces es menester que por cuanto sea posible aleje el pensamiento de lo que pasa en su interior.

Toda alma interior es activa por naturaleza, necesita siempre de alguna ocupación, ya material, ya espiritual; y si no tiene suficiente con los deberes de su estado, debe ingeniarse buscando las tareas que lo mantengan ocupado. Debe, empero, evitar con el mayor cuidado el abandonarse sin discreción a las buenas obras y darse por entero a una gran actividad natural: la multiplicidad de obras y la premura le harán perder la paz interior, que bien puede no hallarse en la agitación de un corazón ardoroso.

Aprendamos también de San José, que no hay ocupación, por despreciable que sea a los ojos del mundo, de la cual un cristiano deba avergonzarse; antes bien, pensar que tiene sobrados motivos para estimarse honrado, siendo que su condición lo acerca más y más a Jesús, a María y a José; y para tener una conformidad más perfecta con ellos, debe aceptar, por amor al trabajo, el oficio a que su condición lo sujete.

Y para honrar este estado oscuro y silencioso de la Sagrada Familia, las comunidades de regulares acostumbran servirse unos a otros en los oficios, en las enfermedades y en todas las circunstancias de la vida. Cuando los enviados del Padre Santo fueron a presentar al seráfico doctor San Buenaventura el capelo cardenalicio, lo encontraron ocupado en ayudar a sus hermanos conversos lavando la vajilla de la cocina.

San Luis, rey de Francia, gloria de su siglo, lavaba con todo respeto los pies de los pobres que cada sábado reunía en su palacio.
 Queriendo dar a San Francisco Javier, legado pontificio, un familiar que lo sirviera en el barco que debía trasportarlo a las Indias, lo recibió el santo con estas hermosas palabras: «Hasta tanto Dios me conserve estos dos brazos, yo los emplearé para servir a todos, y nadie habrá de incomodarse para servirme a mí»… Imitemos a estos siervos de Dios. Como San José, hagamos todos estos trabajos con Jesús, por Jesús y con el mismo espíritu que Jesús, y nunca nos acontecerá de realizarlos con negligencia o con precipitación, sino que siempre los haremos con alegría y consuelo, aunque sean largos y penosos: Labores huius magnas habent virtutes.

Pero si queremos que nuestros trabajos sean realmente medios de santificación, no basta que sean honestos o convenientes, conformes con los designios de Dios y hechos con rectitud de intención, sino también que estén acompañados con el espíritu de oración.

Entremos en el corazón de José; la oración está constantemente unida al trabajo de sus manos; en las fatigas bendice a Dios, que ha condenado al hombre a trabajar con el sudor de su frente la tierra que ha de proporcionarle el pan que come.
 Cuando recibe órdenes, adora en las criaturas el dominio supremo de Dios; si recibe un salario módico en recompensa de sus trabajos, da gracias a la Divina Providencia, que vela sobre las criaturas y da sustento a todos los hombres. ¿Recibes repulsas, desprecios, injusticias, observaciones inmerecidas? Acepta todo en silencio, para reparar la gloria de Dios ultrajada por el pecado.

¡Cuántas y qué admirables virtudes ofrece a nuestro ejemplo San José, en medio de sus ocupaciones de cada día!. . . Trabaja, sí, pero sin afán de lucro: bástale cubrir las necesidades de Jesús y de María. Es asiduo en el trabajo, pero sin perder de vista a su divino Hijo, como lo hacen los ángeles, los cuales, aun cuando nos vigilan, no por eso dejan de contemplar a Dios y de gozarse en su eterna beatitud.

Así debemos atender a nuestras ocupaciones y a los deberes de nuestro estado; de otro modo, el trabajo alimenta la actividad del carácter, las solicitaciones del amor propio, el malhumor; disipa el espíritu, seca el corazón, lo aleja poco a poco de la oración, y lo envuelve en dificultades y distracciones innumerables.
 No quiere decirse con esto que debéis meditar trabajando, lo cual es poco menos que imposible, ni recitar oraciones vocales que os cansarían y terminarían por ser un movimiento mecánico de los labios. Basta estar unidos a Dios con un cierto afecto del espíritu y del corazón, que es la oración recomendada por el Santo Evangelio en estas palabras: Sine intermissione orate.

Por lo tanto, el amor nos enseña a hacer esta especie de oración durante el trabajo, y a no interrumpirla aun cuando estemos dedicados a otras cosas: este es el medio más seguro para conservar el espíritu de oración, y de pasar del trabajo a la oración y de esta al trabajo; de hacer, como dice San Francisco de Salesel oficio de Marta y de María.
¿Qué hombre más espiritual que San Agustín, San Bernardo, San Alfonso de Ligorio, y quién más laborioso y ocupado?… Lo mismo podría decirse de un gran número de mujeres, de una Santa Catalina de Siena, de una Santa Teresa de Jesús y otras muchas, cuya vida, aunque toda de oración, estuvo llena de toda clase de buenas obras.

En una palabra, San José trabajaba para Jesús y para María. ¿Quién podría creerlo? ¡Un hombre gana con el sudor de su frente todo cuanto necesita para vestirse y alimentarse su propio Dios!… Manos sagradas, destinadas a conservar la vida de Jesús, ¡qué glorioso es vuestro ministerio! ¡Vuestra suerte es digna de los ángeles! ¡Sudores verdaderamente preciosos, cuyo galardón ha de ser la conservación de un Hombre-Dios! De labore manuum mearum victum deferebat.. .

También en esto podemos imitar estas santas disposiciones del corazón de San José, trabajando como él para ayudar y alimentar a Jesucristo en la persona de sus miembros dolientes; y para inducirnos más eficazmente a socorrer a los pobres, el mismo divino Salvador nos dice en el Santo Evangelio que todo lo que haremos por aquellos, lo considera como hecho a Sí mismo, y así también lo recompensa.

Es este el misterio de la caridad cristiana, misterio que se ofrece como una nueva Eucaristía, por la que podemos alimentar a Dios en los pobres, así como Dios nos alimenta de Sí mismo bajo las especies sacramentales. Los misteriosos dones que se hacen a Jesús en la persona de sus miembros, traen consigo las bendiciones y la abundancia de la paz que derrama en el corazón, llenándolo de una alegría la más santa y la más pura. Reddes ei pretium laboris sui.


MAXIMAS DE VIDA ESPIRITUAL

Haced bien lo que hacéis, y alabaréis a Dios (San Agustín).

Cuando las obras de la vida activa están animadas por el amor de Dios, son la perfección suprema (Santa Teresa de Jesús).

No miréis nunca la calidad de lo que hacéis, sino solamente el honor que tenéis de ser gratos a Dios (San Francisco de Sales).



AFECTOS

Augusto jefe de la Sagrada Familia, ¡qué consuelo y satisfacción admirables siento al contemplar el edificante espectáculo que ofrece vuestra pobre casita de Nazaret, más hermosa a mis ojos que palacio de reyes! .. La oración, el silencio, el trabajo reinan incesantemente en ella, haciéndola el santuario de la virtud y de la paz.

Mientras vuestra divina Esposa se ocupa del gobierno de la casa, vos trabajáis en un oscuro taller con mi adorable Jesús: el mandato de Dios a nuestro primer padre, jamás se cumplió mejor que en esa Casa, que es la más santa, la más inocente. 
Oh Sagrada Familia, yo quiero imitaros en el trabajo, quiero trabajar como vosotros y por amor a vosotros, a fin de merecer en vuestra compañía el eterno descanso. Así sea.

PRACTICA

Trabajar para los pobres; distribuir medallas e imágenes de San José.



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